YO SIGO MI CAMINO NADA MÁS

            Cuando paseaba con mi amada esposa en su silla de ruedas, recibí un sinfín de muestras de cariño, respeto y consideración, tanto de personas adultas y mayores, así como también de niños.

            Un caso singular lo consigné en mi libro Cuentos de mi Blog bajo el título La Buena Educación, en la que me topé con una niña de unos 6 años de edad con quien nos encontramos en uno de los pasajes del Centro Comercial Vía A.

            Venía ella comiendo un caramelo, me imagino que por esa razón no pudo hablar, pero no fue necesario pues extendiendo la mano hacia su costado me indicó que pasara. Fue como si me dijera pase usted señor.

            Evidentemente es fruto de la buena educación que recibió en su hogar y fue afianzada en su colegio.

            Existen leyes que obligan a las instituciones a brindar toda clase de facilidades a las personas discapacitadas. Obligan a las instituciones, pero no a las personas.

            Nada hay que obligue a una persona a ceder el paso a una persona que lleva una silla de ruedas, solamente su buena voluntad, cuando existe.

            Del mismo modo que el Reglamento de Tránsito establece claramente la obligación que tiene el conductor de un vehículo a ceder el paso a vehículos de emergencia:

Artículo 185º.-

Los conductores de vehículos deben ceder el paso a los vehículos de emergencia
y vehículos oficiales, así como a vehículos o convoyes militares o de la policía,
cuando anuncien su presencia por medio de señales audibles y visibles. Al
escuchar y ver las señales, el conductor deberá ubicar al vehículo que conduce en
el carril derecho de la vía de ser posible y seguro y detener o disminuir la marcha y
en las intersecciones detener la marcha.

            Pero solamente en caso de que haya policías en el lugar en ese momento, de lo contrario va a depender mucho del susodicho conductor.

            Más de una vez, señoras conmovidas me dijeron:

  • Dios le va a bendecir a usted señor.
  • En realidad, señora mía, Dios ya me ha bendecido al darme esta hermosa mujer como esposa.
  • Sí, es verdad. Los dos son benditos.

            Un caballero en el Boulevard de la calle Andalucía, donde sentado en una banca le daba a mi amada esposa su dulce con una cucharita en la boca, me dijo, admirado:

  • Caray, en Perú hay mucho cariño. En Japón la gente no es así, a las personas mayores les mandan a un asilo y se acabó.
  • Será por eso que nosotros vamos a ir de frente al Cielo, señor.

            En todos los casos no sucedía porque necesitaba reconocimiento, sino que lo hacía sin darme cuenta, como lo que en verdad es, una muestra pequeña del cariño que recibimos de ella, porque fue ella quien nos enseñó a amar. Por ello no conozco otra manera de hacer las cosas, sino solamente a la manera de ella.

            En realidad me gustaba ir a todas partes con ella. Fue así como empezamos nuestro amor, yendo juntos a todas partes y así es como seguimos amándonos.

            Pero, como en todo, una vez ocurrió algo muy desagradable. Todas las personas me cedían el paso cuando iba con la silla de ruedas, excepto una vez.

            Una mujer en ropa deportiva, de unos 40 años, se plantó frente a la silla de ruedas. La miré y ella me miró directamente a los ojos, en clara indicación de salte de mi camino.

            Moví la silla de ruedas para dejarle el paso, a la vez que decía para mí:

  • Felizmente todavía soy joven y tengo fuerzas para mover de sitio a la silla de ruedas.

            Ella reanudó su marcha a la vez que volteándose me dijo:

  • Yo sigo mi camino nada más y no me desvío por nada ni por nadie.

            Bueno, esto pinta de cuerpo entero a la susodicha dama y felizmente fue el único caso con el que me topé en nuestra ya dilatada vida. Únicamente alcancé a decirle Dios la acompañe, señora.

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