AHISHTÁ PUES

Este es una anécdota que le gustaba contar a Jorge Barreyro.

Su amigo Mañuco se paseaba por la ciudad en un Jeep todo destartalado, feliz de la vida, hasta que le paró un policía.

Luego de mirar el carro hecho ruinas le dijo:

  • Oiga usted, este carro no tiene faros delanteros, no tiene luces traseras, no tiene parabrisas, no tiene nada.

El amigo le miraba sonriendo y se encogió de hombros, lo que molestó al guardia que le dijo en tono severo:

  • Tarjeta de Propiedad.

Manuel se rebuscó en los bolsillos de la camisa y luego del pantalón y finalmente le dijo con una mueca:

  • No hay.

Ya irritado el tombo le dijo:

  • Su brevete.

Nuevamente se buscó en los bolsillos de la camisa y luego del pantalón y también le dijo:

  • No hay.

Francamente molesto la autoridad le increpó:

  • ¿Y entonces cómo maneja usted?

Lo cual mereció una respuesta simple acompañada de un gesto como mostrando las manos, en el más puro dejo loretano:

  • Ahishtá pues.

Legítimo loretano, sentenciaba Barreyro.

«Ahishtá pues» en modismo loretano simplemente quiere decir «Ahí está pues».

PUCHA OY

Buenos amigos, cada vez que llegábamos a Iquitos, la primera visita obligada era a la casa de la familia Barreyro Amaya en la calle Tambo.

Trabajaba entonces en el Rímac, en la Cervecería Backus que fabrica Cerveza Cristal y en esa época había una guerra frontal con la Cervecería Pilsen y en Iquitos se traducía en una pelea entre Pilsen y San Juan, propiedad de Backus. Teníamos, por tanto, prohibido consumir cerveza Pilsen.

Barreyro y sus cuñados Raúl y Alex y sus amigos Juanito Villasís, el Tombo Garrad y Ladico tomaban Pilsen durante 11 meses del año pero el mes que permanecía yo en Iquitos tomaban conmigo Cerveza San Juan, inevitablemente. Espíritu de amistad y camaradería, que le dicen.

Que la gente siempre nos observa aunque no nos demos cuenta se muestra en la siguiente anécdota:

Yo llegaba a su casa y Jorge automáticamente cogía una caja vacía de cerveza y se iba a la tienda en su moto, y poniendo la caja en el mostrador gritaba:

  • ¡Una caja de San Juan!

Pero ésta vez el dueño de la tienda le dijo en el más puro dejo loretano:

  • Pucha oy ¿Ya ha llegado tu pata de Lima, di?

LA RUNAMULA

«A la media noche se escuchó un ruido de galope por el medio del pueblo, nos asomamos y los vimos, el diablo con los ojos encendidos como brasas cabalgando a una mula que botaba candela por el poto.

Me armé de valor y de mi machete y esperé firme en medio de la calle y al pasar por mi lado le di un golpe en la cabeza a la mula con el canto  de mi machete. Relinchando se perdieron en la inmensidad de la noche.

Qué sorpresa me di cuando al día siguiente fui a ver a mi comadre Juana. La encontré en cama con la cabeza vendada y muy adolorida. Allí recién comprendí por qué el señor cura visitaba siempre la casa de mi compadre, sobre todo cuando él no estaba.

Porque dicen que cuando una mujer casada convive con un cura, en la noche se convierte en mula y el diablo la cabalga y castiga duramente. Y yo había golpeado a mi comadre, sin saberlo»

Esta historia la contaba el viejo Gumercindo, quien sabía mucho de los secretos más ocultos de la selva.

Jorge Barreyro Silva quedó muy impresionado con el relato y se alejó pensativo. Tenía que hacer una larga travesía por el río Napo y el Amazonas para llegar a Iquitos, donde vivía. Y arrancó.

Eran las ocho de la noche cuando se paró el motor de su bote, asustado como estaba por el relato del viejo Gumisho, se había olvidado cargar gasolina. Atracó y se dispuso a reconocer el terreno. Sí, cerca de allí vivía su compadre Felipe, pero era inútil buscarle porque él solamente usaba diésel; pero por el otro lado, a casi dos horas de camino había una especie de puesto donde vendían gasolina.

Cogió su revólver de seis tiros y con dos hombres salió a comprar el combustible. Cruzaron la espesura de la selva y en la oscuridad de la noche se orientaban fácilmente ayudados por su fino instinto selvático. Llegaron sin novedad y luego de comprar la gasolina y tomar un par de tragos emprendieron el regreso.

Cerca de las doce de la noche escucharon ruido de cascos que se venía por el camino a todo galope. Con las justas saltaron a un costado de la vía para evitar que los atropelle aquella mole relinchante. No estaba seguro de haber visto al jinete ni tampoco la candela, pero Jorge Barreyro gritó:

  • ¡Es la Runamula!

Cuando vieron que regresaba, Jorge Barreyro se armó de valor y de su revólver y se plantó en medio del camino y cuando estuvo cerca le mandó los seis tiros.

El monstruo se desplomó casi sobre ellos y zafándose como pudieron emprendieron una veloz carrera hasta llegar al bote. Arrancaron y sin más tropiezos llegaron a Iquitos.

En Iquitos Jorge Barreyro, fino mecánico de motos y de motores fuera de borda, le contaba a todo el que llegaba a su taller frente a la Plazuela Clavero, cómo había matado a la Runa Mula de seis balazos. Se sentía orgulloso de su aventura en el Napo.

Tres meses después llegó de visita a su taller el compadre Felipe, el del río Napo, y ya le iba a contar su épica aventura cuando el compadre Felipe se le adelantó:

  • Oye compadre ¿Quién habrá sido ese desgraciado que ha matado a mi caballito árabe, dí?
  • ¿Tu caballito árabe compadre? ¿Cuándo?
  • Hace tres meses compadre Jorge, le dieron seis balazos a la media noche.

LA VIUDA YA QUIERE LLORAR

Jorge Barreyro Silva era un gran contador de chistes que producían una gran carcajada y en los velorios era donde más se dejaba sentir esa vena humorística, hasta que lo botaron de uno.

En el velorio todos reían a más no poder con sus chistes y él mismo no se daba cuenta lo que causaba con su impertinencia hasta que una vez un chico le dijo:

  • Don Jorge, váyase ya a su casa, la viuda ya quiere llorar.

VAMOS A VELAR A UN AMIGO

Cuando llegué a la casa de Jorge Barreyro Silva en la calle Tambo, él salió con una cara triste y con gesto compungido me dijo:

  • Jorge, ha fallecido un amigo, vamos a ir a velarlo.
  • Vamos, pues – le respondí.

Salimos con su cuñado Raúl Amaya, Juanito Villasis y el Tombo Garrad en nuestras motos. Llegamos a un cantina y, sorprendido, le pregunté:

  • ¿Y el velorio?
  • Ya vamos a ir, ahora vamos a despedir al amigo. Y lo despedimos con varias cajas de cerveza.

Serían las 4 de la mañana cuando Jorge Barreyro dijo:

  • Ahora sí, vamos a pedir nuestro caldo de gallina en el velorio.

Cosas de Barreyro.

TANTO DAR VUELTAS NOS HEMOS MAREADO

Pasaba por la calle Arica y al pie de la Iglesia Matriz  me encontré con Jorge Barreyro Silva con quien siempre teníamos diálogos de amigos:

  • ¿Y Jorge, qué haces?
  • Nada ¿Y tú Jorge?
  • Tampoco nada, vamos entonces al Rolando’s Bar, acá en la otra cuadra.
  • Vamos.

Eran a las 8 de la noche cuando entramos al bar y tomamos varias cervezas; a las 11 pm Jorge Barreyro se dio una palmada en la frente y dijo:

  • Pucha Jorge, a las 9 y media tenía que recoger a Carmen en el Artesanal y ahora debe estar rabiando. Ya sé, compramos un pollo a la brasa y vamos a la casa. Pucha Jorge ojalá que no sea grave.

Llegamos a su casa en la Tambo y, efectivamente, su esposa Carmen estaba que echaba chispas, pero Jorge Barreyro, zalamero, le dijo:

  • Pero Carmencita, si te hemos estado buscando, hemos estado dando vuelta y más vuelta por la Plaza de Armas y tanto dar vuelta nos hemos mareado.