El sábalo es un pez abundante en los ríos de nuestra Amazonía y es el que mejor sabor tiene por lo cual es muy apreciado. Puede medir hasta 60 centímetros y pesar más de un kilo, es decir que puede abastecer a toda una familia. Excepto cuando la mujer está embarazada y a punto de dar a luz.
Mi madre me contaba que el día 29 de julio, se levantó temprano y se fue al mercado de Belén y compró un sábalo ahumado. Se lo comió todo en su desayuno y estaba lista para ir a al Desfile Militar por Fiestas Patrias pues mi papá iba a marchar con su Regimiento, cuando se produjo un grito de alerta: era yo que estaba naciendo.
Cuando recibí un telegrama donde se me informaba que debía presentarme en La Oroya para trabajar en la Cerro de Pasco Corp., mi amada esposa estaba a una semana de dar a luz. Le dije que no iría porque no podía dejarla sola en el momento de dar a luz.
Maria Judith me dijo que quería ir al Mercado Central a comer un sábalo ahumado. Se lo comió todito con harto inguiri. Al día siguiente a las 6 de la mañana comenzó el trabajo de parto, adelantándose una semana a la fecha probable de nacimiento.
Ella sabía que yo deseaba trabajar en la Cerro, muy recomendada por nuestros catedráticos, y sería mi primer empleo como Ingeniero Químico, de manera que ella misma adelantó el nacimiento de nuestras hijitas. Solamente una gran mujer puede tomar esa decisión y manejar su propio organismo.
El 30 de abril nacieron las mellizas, tres días después me presenté en La Oroya porque así me lo ordenó ella.
Cuando comenté a mi hija Charito y su esposo el gran afán que tienen las mujeres a punto de dar a luz en la selva por comer un sábalo ahumado, Pedro preguntó:
- ¿Qué pasa con los hombres? ¿No lo comen?
Su pregunta motivó en mí una sonrisa y le expliqué que el sábalo es un pez grande de sabor muy agradable y lo comemos todos, hombres, mujeres y niños, frito, cocido o ahumado, pero lo que estaba tratando de realzar es que en las damas que están a punto de dar a luz se trata de una cuestión primordial, se les viene un antojo tremendo e inexplicable por comerse un sábalo ahumado. No hay explicación, es, nada más y nada menos, que un antojo de gran potencia.