Jorge Barreyro Silva vivía en la calle Tambo, hoy César Calvo de Aráujo, con su esposa Carmen Amaya Córdova y sus hijos Pepe, Jaqueline, Lucho, Margarita y Juanita y, en casas aledañas sus cuñados Raúl, Celestina, Elmira y Zoila y las familias de Raúl y Celestina.
Todos ellos dieron fe del suceso que ocurría en la casa. Junto a su domicilio Jorge instaló su Taller de Reparación de Motocicletas debido a que el taller que tenía en la Plaza Clavero ya no resultaba rentable. Todos en esa casa vieron al Shapshico.
Cuando Jorge estaba trabajando sólo en su taller, al anochecer, se le aparecía un niño como de 9 años, rubio y sonriente. Nunca habló pero se presentaba siempre como saludando, como queriendo decir aquí estoy.
Jorge le reñía:
- Ya estás aquí ¿no? Vete de aquí.
Pero el shapshico se iba cuando le daba la gana y parecía que disfrutaba mucho acompañarle.
Carmen habló con un sacerdote de la Iglesia de La Consolación, vino y bendijo el lugar pero el muchacho siguió allí.
Hablaron con un brujo del Putumayo y éste, después de hacer su mesada, les informó que ese niño dice que ha nacido aquí, que ha vivido aquí y ha muerto aquí y que no se va a ir nunca.
De manera que dejaron de preocuparse y se acomodaron a convivir con el fantasma. El fantasma amistoso como Gasparín. Pero cuando Juanita era pequeña le causaba malestar su presencia y por eso habían querido erradicarlo.
Nunca lo vi, mi esposa y mis hijas tampoco, pero me dicen mis hijitas que para pasar del comedor a la calle, la sala grande siempre estaba oscura, emprendían una carrera hasta llegar a la calle y viceversa, evitando mirar hacia una abertura que fungía de puerta a la sala contigua que era la sala de la casa de Jorge, también oscura, para no ver al shapshico, pues le tenían miedo. Pero todas las chicas les contaban que le habían visto muchas veces.
Cuando llegábamos al anochecer a saludar a Jorge en su taller nos contaba siempre que hacía 10 minutos ha estado aquí. Nunca entendí cómo se puede acostumbrar uno a vivir con un fantasma.
Es como contaban antiguamente, a manera de chiste:
“La abuelita le dice a su nieta: – Hijita, cierra ya la puerta de la calle, no vaya a entrar el tunchi. Y del fondo de la cocina se escuchaba una voz nasal: – Qué tiempo ya he entrado”.