Muchas veces ocurre que estás desprevenido y alguien viene por detrás de ti, un amigo, y te golpea la corva de tu pierna. Te hace trastabillar pero también te asusta. Piensas que puede ser un ataque o un asalto. Y cuando el amigo se ríe porque lo cree gracioso solamente piensas que es un “retrasado”.
El miedo es eso, pensar que puede estar ocurriendo algo muy peligroso. Puedes simplemente sonreír o puedes contra atacar con un golpe, pero su risa te detiene. O, si estás entrenado, primero golpeas y después averiguas. Entonces el “amigo” pensará que tú no aceptas una broma.
Tener miedo dicen los especialistas te prepara para cosas verdaderamente difíciles. Esto es cierto cuando estás en el frente de batalla. En nuestra ciudad el frente de batalla es toda la ciudad porque en cualquier momento te asaltan con armas. Poco puedes hacer porque si te defiendes te matan y luego los fiscales y jueces los dejan libres. Libres para volver a atacar. ¿Por qué será que no atacan a policías, fiscales ni jueces?
Es mayor el miedo cuando tiene que ver con seres de otro mundo. El personaje que representa el pequeño gran actor Haley Joel Osment en “Sexto Sentido”, podía ver y hablar con fantasmas pero le daba mucho miedo. Esto es natural. Los he visto siempre pero tengo miedo al encontrarme con ellos.
El sexto sentido
Desde pequeño dormí solo. En una habitación interior mi papá construyó una cama de dos pisos. A partir de allí, fue mi cama. Tomé el segundo piso, nadie dormía en el primero y nadie más dormía en esa habitación. Me resultaba muy conveniente. Cómo era músico profesional desde los 12 años, los domingos dormía hasta tarde y nadie me podía bajar de mi cama. No alcanzaban.
Comencé a tener unas pesadillas terribles. Mi mamá conversó con la abuelita de los Schultz, vecinos, y ella le contó que en esa casa vivió una familia muy pobre, tan pobre que cuando murió su hijo de 12 años no lo llevaron al Cementerio General sino lo enterraron en el interior de su casa. Le mostró a mi mamá donde lo habían enterrado. Precisamente donde estaba ubicada mi cama. Entonces cuando tenía las pesadillas mi mamá venía a poner la tijera de acero debajo de mi almohada y así podía dormir tranquilo.
Mi mamá me decía que cuando nací tenía un “velo veneciano”, una membrana, cubriendo toda mi cabeza. Que esto me permitiría ver siempre a los fantasmas. Así ha ocurrido desde entonces. Pero siempre me asusta y por esa razón ando todo el tiempo con una navaja de acero, la contra para hacer correr a los espíritus. El miedo a los espíritus es moneda corriente en Iquitos.
Pero no los evito puesto que llevo en todo momento mi navaja.
Un compañero de colegio, Carlos Quevedo, que fue a estudiar al Colegio Militar Leoncio Prado en Lima, nos contaba que nadie quería pasar la noche en la Enfermería del cuartel porque allí penaban las almas. Pero si te enfermabas tenías que internarte en la Enfermería, entonces debías lidiar con tu enfermedad y los fantasmas. Era de terror. El CMLP fue hospital, campamento de refugiados, cuartel y finalmente colegio militar; y mucha gente murió allí y muchas almas aún penan.
Cuando murió don Emilio Salinas junto con su esposa en un accidente de tránsito a la salida del Pasamayo, su alma fue vista a la hora de su muerte en un rincón de la Bodega de Gobierno, en el subsuelo de la Cervecería Backus en El Rímac. Se había pasado 35 años de su vida en ese lugar.
Dicen los expertos que cuando una persona muere su alma empieza a recorrer sus pasos por donde anduvo en vida. Algunos los pueden ver.
Mi hermano César vio a su amigo “Globito” al día siguiente de su muerte, en el cielo raso de nuestra casa en la calle Tacna en Iquitos.
Yo vi a mi mamá a los tres días de fallecida cuando vino a mi cama, abrió mi mosquitero y se quedó mirándome, en nuestra casa de la calle Pablo Rosell en Iquitos.
Mi yerno Jorge Canaval vio a mi hermana Mónica en su casa de Miraflores a los dos días de fallecida. Su bebita, Andrea, no podía dormir, lloraba intensamente. Su mamá, mi hija Claudia, la llevaba a su cama y con ellos podía dormir. Mónica falleció un jueves y el domingo se hizo la misa que ofrece el Cementerio Campo Fe Norte en su Capilla. Allí le dije a mi hermano Raúl QEPD, hombre pegado a la Parroquia de su barrio y entendido en esos asuntos. Él me dijo “No hay problema, que el padre le imponga las manos”. Me acerqué al sacerdote y le dije “Padre, impóngale las manos a mi nieta. Mi hermana la está visitando por las noches”. Le impuso las manos con unas frases rituales y se acabó el problema. Nunca más se alteró la niña y mi hermana pudo cruzar la luz definitivamente.
El shapshico es el fantasma juguetón de un niño muerto. En la casa de Jorge Barreyro, toda su familia lo veía todo el tiempo. Hicieron de todo para expulsarlo. Hasta un sacerdote bendijo la casa para hacer que se vaya. Hasta que trajeron a un brujo del Putumayo y, luego de hacer sus rituales, él les dijo que allí vivió un niño de ocho años que murió hace mucho tiempo, que considera ese lugar su casa y que no se va a ir jamás. De manera que la familia Barreyro Amaya aprendió a convivir con el shapshico. Pero mis hijas cuando tenían que pasar del comedor a la calle, la sala siempre estaba a oscuras, solían correr a todo vapor sin mirar ni a la izquierda ni a la derecha. Se aparecía todas las noches desde el atardecer en el Taller de Motos de Jorge, a un lado de su casa. Aparecía sonriendo, con una sonrisa pícara, como diciendo “Ya estoy aquí”. Jorge le increpaba “Ya has venido ¿di? ¡Vete de aquí!”. Pero el shapshico le ignoraba y se movía de uno a otro lado.
El shapshiico
Pero algunos fantasmas nunca estuvieron vivos, como “El diablillo”. Vean mi libro “En nuestra Selva”. Ese nombre le pusieron los niños. Eran 20, de 8 a 12 años, varones y mujeres, y lo vimos todos. Se propusieron hacerle correr. Todos en la Selva saben que el ruido y las luces hacen correr a los fantasmas. Excepto tal vez la mujer de Dueñas, ver el mismo libro, quien a plena luz del día “huicapeaba” a su marido cuando ya estaba muerta. Huicapear es golpear con un objeto arrojadizo, preferiblemente con un trozo de rama.
Cuando fuimos a ver la película de estreno en el cine Excelsior en Iquitos en función de noche, “Drácula” con Christopher Lee y Peter Cushing, era una película sumamente impresionante y muy aterrorizante, que ninguno de mis amigos quiso regresar sólo a su casa. Tuve que acompañar a todos hasta sus domicilios.
Años después compré el libro de Bram Stoker “Drácula”. Ya lo había leído varias veces y lo tenía sobre mi cómoda en La Oroya, donde fui a trabajar cuando me gradué de Ingeniero Químico. Vino a visitarme Elba. Elba es el apócope de “El bagre”, como le decían a mi amigo Raúl, Ingeniero mecánico, natural de San Jerónimo de Tunán, a pocos kilómetros de La Oroya. Lo tomó y me dijo “me lo prestas”. Se fue antes de poder decir nada. Al día siguiente lo trajo de vuelta. Sorprendido pregunté “¿Ya lo terminaste?” “No –dijo – estaba comenzando a leerlo cuando sentí que alguien estaba a mi espalda. Lo cerré y me eché a dormir, asustado. Nunca más”.
Drácula