EL VUELO DEL CÓNDOR

Todos los años aguardábamos impacientes la llegada del circo en el mes de julio. Cada año venía un circo diferente trayendo fieras y espectáculos novedosos, pero lo que más me interesaba eran los números de acrobacias en el trapecio.

Y es que nosotros practicábamos en el colegio toda suerte de acrobacias en el taburete, las paralelas y en la barra como parte de la formación académica. Pero además nuestra práctica incluía también ejercicios en el columpio, la pértiga, la cuerda y, sobre todo, el trapecio, por nuestra cuenta, debido a nuestra gran afición.

Practicábamos, por ejemplo, subir la pértiga y la cuerda “en escuadra”: se sube sólo con las manos teniendo el torso recto (vertical) y las piernas en horizontal formando un ángulo de 90º con el torso. Para poder hacerlo debes tener buenos músculos abdominales, es decir, ser un atleta consumado; y de todas maneras éramos pocos quienes teníamos esta afición que siempre atraía la atención de los demás estudiantes quienes eran incapaces de realizarlo pero sí de apreciarlo.

En el circo apreciábamos la limpieza de los movimientos del artista desde que trepaba por la cuerda. En cierta ocasión anunciaron a una “extraordinaria trapecista” y cuando apareció una señora ya mayor, como de sesenta años y cabellera canosa el público rompió a reír a carcajadas y comenzaron a silbar y a abuchear.

Pero la señora, imperturbable, cogió la cuerda y comenzó a subir “en escuadra”. El público, en su mayoría colegiales, se quedó mudo. Ellos no lo hubieran podido hacer y la dama, en adelante, pudo continuar con su número que consistía en enganchar sus zapatos especiales en el trapecio a gran altura y girar hacia abajo y arriba como un molinete.

Éramos 16 los alumnos que integrábamos el Equipo de Gimnasia en Aparatos” y representábamos al colegio, GUE “Mariscal Oscar R. Benavides” de Iquitos. Cuando había eventos el colegio nos proporcionaba los uniformes y el buzo oficiales. Era un gran honor representar al colegio.

Aparte de los ejercicios en el taburete también nos gustaba hacer ejercicios en la paralelas y en la barra, generalmente las prácticas las hacíamos por nuestra cuenta antes de entrar a clase a las 3:30 de la tarde y sin ningún tipo de supervisión.

La prueba que más me gustaba realizar en la barra era “el salto del gato”. Era la prueba más impresionante y de más difícil realización: te balanceas cogido con las manos, de pronto cuando tu cuerpo se va hacia adelante, encoges bruscamente los brazos, te sueltas, giras en redondo y te vuelves a coger de la barra, todo en un instante, y continúas realizando la prueba una y otra vez. Era en verdad impresionante.

Un día aciago estaba muy entusiasmado ejecutando el “salto del gato” y, por esas cosas del destino, “me olvidé” de pegar el jalón con los brazos y literalmente volé a gran altura y aterricé de pecho.

Me quedé sin habla, no entraba aire a mis pulmones que se vaciaron por el impacto, los chicos que asistían a la demostración me llevaron a rastras al Consultorio Médico del Colegio, donde el Dr. Pinillos, y, justo antes de entrar al consultorio recuperé el habla y me negué a entrar.

Estaba muerto de vergüenza y no quería aumentarlo teniendo que explicar al Dr. Pinillos lo ocurrido: Que era un eximio artista de la barra y que haciendo demostraciones me equivoqué y volé por los aires. Jamás volvió a ocurrirme un percance similar.

Pensándolo bien, fue un vuelo perfecto “El vuelo del Cóndor”. Debe haber sido impresionante ver a un joven en uniforme de colegial volar por los aires y realizar un aterrizaje de pecho, también perfecto. Luego dicen que el ser humano no forma aerodinámica pero mi vuelo dice lo contrario.

Caí de pecho. No me lastimé ni la cara ni las rodillas, pero el apéndice xifoides quedó salido hacia afuera. Pero eso solamente me di cuenta de viejo.

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