EL VALOR DE UNA PROMESA

Habíamos comprado una casa nueva en Pueblo Libre y nos mudamos e hicimos el traslado de mi hija Charito al Colegio Canonesas de la Cruz en el mes de setiembre.

Tenía mi niña 8 años de edad y cursaba el 3er. Grado de Primaria. Me imagino que debió haber sido un cambio radical en su modo de vida: Vida nueva y amistades nuevas.

Vaya uno a saber que experiencias ocurrirían entre sus amistades en su nuevo colegio, pero de pronto un día se acercó y me dijo muy en serio:

  • Papá, si alguna vez pasa algo, no te cases con una mujer menor que yo.

Me sorprendió su expresión y sobre todo el tono en que lo dijo, por lo que yo traté de ser simple y sobre todo amigable cuando le respondí:

  • Ah, hijita, una sola vez se capa al gato.

Al instante se iluminó su rostro y sonriendo volvió a preguntar, pero esta vez más ilusionada.

  • Entonces ¿No te volverías a casar?

Pensé en mis padres, mi mamá falleció a los 46 años y mi papá falleció 34 años después sin haber siquiera pensado en volverse a casar, así que le respondí sereno y confiado:

  • No hijita, jamás me volveré a casar.

Dicho esto se fue alegre a sus asuntos y nunca más tocamos el tema. Quise ser un buen papá y terminé siendo además un buen esposo.

Lo dicho tiene el valor de una promesa.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *