«A la media noche se escuchó un ruido de galope por el medio del pueblo, nos asomamos y los vimos, el diablo con los ojos encendidos como brasas cabalgando a una mula que botaba candela por el poto.
Me armé de valor y de mi machete y esperé firme en medio de la calle y al pasar por mi lado le di un golpe en la cabeza a la mula con el canto de mi machete. Relinchando se perdieron en la inmensidad de la noche.
Qué sorpresa me di cuando al día siguiente fui a ver a mi comadre Juana. La encontré en cama con la cabeza vendada y muy adolorida. Allí recién comprendí por qué el señor cura visitaba siempre la casa de mi compadre, sobre todo cuando él no estaba.
Porque dicen que cuando una mujer casada convive con un cura, en la noche se convierte en mula y el diablo la cabalga y castiga duramente. Y yo había golpeado a mi comadre, sin saberlo»
Esta historia la contaba el viejo Gumercindo, quien sabía mucho de los secretos más ocultos de la selva.
Jorge Barreyro Silva quedó muy impresionado con el relato y se alejó pensativo. Tenía que hacer una larga travesía por el río Napo y el Amazonas para llegar a Iquitos, donde vivía. Y arrancó.
Eran las ocho de la noche cuando se paró el motor de su bote, asustado como estaba por el relato del viejo Gumisho, se había olvidado cargar gasolina. Atracó y se dispuso a reconocer el terreno. Sí, cerca de allí vivía su compadre Felipe, pero era inútil buscarle porque él solamente usaba diésel; pero por el otro lado, a casi dos horas de camino había una especie de puesto donde vendían gasolina.
Cogió su revólver de seis tiros y con dos hombres salió a comprar el combustible. Cruzaron la espesura de la selva y en la oscuridad de la noche se orientaban fácilmente ayudados por su fino instinto selvático. Llegaron sin novedad y luego de comprar la gasolina y tomar un par de tragos emprendieron el regreso.
Cerca de las doce de la noche escucharon ruido de cascos que se venía por el camino a todo galope. Con las justas saltaron a un costado de la vía para evitar que los atropelle aquella mole relinchante. No estaba seguro de haber visto al jinete ni tampoco la candela, pero Jorge Barreyro gritó:
- ¡Es la Runamula!
Cuando vieron que regresaba, Jorge Barreyro se armó de valor y de su revólver y se plantó en medio del camino y cuando estuvo cerca le mandó los seis tiros.
El monstruo se desplomó casi sobre ellos y zafándose como pudieron emprendieron una veloz carrera hasta llegar al bote. Arrancaron y sin más tropiezos llegaron a Iquitos.
En Iquitos Jorge Barreyro, fino mecánico de motos y de motores fuera de borda, le contaba a todo el que llegaba a su taller frente a la Plazuela Clavero, cómo había matado a la Runa Mula de seis balazos. Se sentía orgulloso de su aventura en el Napo.
Tres meses después llegó de visita a su taller el compadre Felipe, el del río Napo, y ya le iba a contar su épica aventura cuando el compadre Felipe se le adelantó:
- Oye compadre ¿Quién habrá sido ese desgraciado que ha matado a mi caballito árabe, dí?
- ¿Tu caballito árabe compadre? ¿Cuándo?
- Hace tres meses compadre Jorge, le dieron seis balazos a la media noche.