ERA UN CEMENTERIO
A las 4 am vino a despertarme el hermano de mi comadre; traía enjaezado su caballito árabe que me va a prestar para ir a Tarapoto.
Mi comadre era una niña de 12 años de edad. Una tarde estaba preparando unos escritos cuando esa niña se me acercó y me entregó una huahua de pan recién horneado diciendo:
- Profesor aquí le traigo esta huahua de pan que he horneado en mi casa.
Sorprendido por ese gesto le recibí, realmente sin entender lo que estaba sucediendo, cuando la niña salió a la carrera gritando de alegría:
- ¡Ya somos compadres! ¡Ya somos compadres!
Pues de ese modo éramos compadres, reconocido por sus padres que me invitaban frecuentemente a almorzar en su casa.
Me decían profesor porque esa fue la función que se me encargó en el Grupo Polivalente de Cooperación Popular Universitaria, mientras se decidían los pobladores de San Antonio de Cumbaza a emprender el trazado y construcción de la carretera que los iba a enlazar con la Carretera a Tarapoto en medio de interminables líos políticos.
Debía ir a Tarapoto porque estaba herido en ambos brazos cuando en plena creciente del río Cumbaza me arañé ambos brazos y caí al río. Se me infectó y por eso debía emprender muy temprano el viaje antes de que el sol pudiera afectarme en el estado en que me encontraba.
Muchas veces, durante el día, había paseado en ese brioso caballito; pasaba por San Pedro de Cumbaza y entraba a un campo cercado pero sin portón, lleno de hierbas altas. Por el centro había un camino bien marcado por el paso de acémilas.
Cruzando este campo se podía cruzar el río Cumbaza por un vado que estaba a 100 metros, pero si se iba por el camino principal podías demorar una hora antes de poder cruzar el río y de allí recién podías subir la cuesta empinada para encontrar la carretera a Tarapoto Todos usaban este camino corto a través de este campo, al parecer, abandonado. Nunca nadie me dijo lo que era o qué misterio encerraba.
Esa madrugada pasé por San Pedro y no vi a nadie y cuando quise entrar al campo cercado, sin portón y lleno de hierbas altas, el caballo se paró en seco.
Sorprendido por esta actitud del caballo, pues nunca lo había hecho, lo hice regresar unos 10 pasos y lo traje al trote; el caballo volvió a pararse en la entrada del campo.
- Ah no – dije para mí – A mí no me haces esto.
Regresé unos 50 pasos y lo traje a todo galope, mismo Durango Kid, pero al llegar al campo se paró en dos patas por lo cual tuve que cogerme con las dos manos del cuello del animal para no caerme. Al soltar las riendas el caballo emprendió una veloz carrera desbocado relinchando por el camino largo, cruzamos el río a todo galope, si se resbalaba nos matábamos los dos. Recién a la mitad de la cuesta se detuvo, estaba mojado de sudor y parecía muy nervioso. Me bajé y, como sea, traté de calmarlo mientras lo secaba y le hablaba en voz baja. Luego de lo cual continué mi camino a Tarapoto ya sin incidentes.
En la Central Básica de Cooperación Popular en Tarapoto me atendieron, me llevaron al hospital. A los cuatro días regresé a San Antonio de Cumbaza con el Ingº Documet, Jefe de la Central Básica. Veníamos en su Land Rover sin capota, por el camino largo, el caballito venía amarrado atrás.
Al pasar por el campo cercado, sin portón y lleno de hierbas altas, el Ingeniero Documet dijo:
- Ahí está pues el cementerio.
- ¿Qué? – dije – ¿Cementerio?
Le pedí que pare el carro, entré al campo y aparté las hierbas altas y pude ver las cruces tiradas y los montículos característicos de las tumbas.
¡Era un cementerio!, el Cementerio General de San Antonio y San Pedro de Cumbaza.
Con razón el caballo, que no tenía problemas para cruzarlo en el día, a las 4 de la mañana no quiso o no pudo hacerlo. Dicen que los caballos son muy sensibles a las cosas de los espíritus.
Allí recordé lo que me contaba mi papá que cuando hacía su ronda en la Guarnición Militar de Cabo Pantoja, para pasar del Puesto 10 al 11 tenían que pasar por un cementerio y el caballo no quería pasar, se ponía chúcaro, por lo cual tenían que hacer disparos de fusil al aire y el caballo se lanzaba a toda carrera hasta el Puesto 11. Él decía que el caballo no pasa por cementerios durante la noche, y yo lo comprobé.