Hace muchos años, para cumplir con los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia y para quedar bien conmigo mismo fui a confesarme en nuestra Parroquia Santa María Magdalena de Pueblo Libre.
Estaba un sacerdote viejito a quien nunca había visto en nuestra Iglesia y quien, luego de darme la absolución, me dio el consejo más sabio de toda mi vida.
- Rézale siempre a la Virgen, sobre todo en éste mes de mayo que es su mes, así cuando manejes mareado Ella te hará llegar bien a tu casa para encontrarte con tu familia.
No me conocía, no le dije que tenía carro y, menos aún que manejaba mareado, pero su mensaje llegó a lo más profundo de mi ser que sólo pensé que si María se tomaba tiempo para hacerme llegar bien cuando manejo en ese estado lo aprovecharía yo mejor su bendición en otras ocupaciones mías más provechosas. De modo que nunca más volví a manejar mareado. Bien haya por este buen sacerdote.
En otra oportunidad fui a confesarme y estaba otro sacerdote también viejito a quien tampoco había conocido, pero en vez de hacerme entrar al Confesionario me jaló a una banca de la Capilla del Santo Sepulcro y me hizo sentar a su lado.
Yo dije:
- Padre bendígame porque he pecado.
- ¿Qué pecado has cometido hijo mío?
- He faltado a Misa.
El sacerdote se apartó violentamente de mi lado y mirándome de pies a cabeza me dijo preocupado:
- ¿Qué te ha pasado hermano, no tienes piernas?
Me puse colorado de vergüenza y capté la gruesa ironía del Padre.
- No es eso – le dije – Es que mi esposa estaba enferma y me quedé cuidándola.
- Mira, si tu esposa se salva, tú no te vas a salvar. Tienes que buscar tú mismo tu propia salvación.
Comprendí que ningún pretexto vale, debo buscar la manera de cumplir con los mandatos de la Iglesia, de una manera u otra, así que a rezarle siempre a María y a Misa de todas maneras y como sea.
Sabios consejos de sacerdotes a quienes no conocía y que han marcado toda mi vida para siempre. Jamás los olvidaré.
Dios los tenga en su Gloria.
