LA VIUDA

Uladislao Martínez estaba de mal humor. Ya era la media noche y sólo había hecho dos carreras con su viejo taxi. Así no se puede progresar, pensaba.

Cuando llegó a la Plaza 28 de Julio, una dama vestida de negro y con el rostro cubierto con un espeso velo de tul negro, subió al taxi y le pidió una carrera por La Circular (antigua carretera de circunvalación).

Recorrieron todo el trayecto en silencio y al pasar por el Cementerio General le hizo detener y, ofreciéndole pagar el doble, le pidió que la esperara pues sentía deseos de rezarle a su pobre esposo difunto.

No opuso reparos Ula pues el precario estado económico en que se encontraba no le permitía tener remilgos.

Había transcurrido media hora y a él le parecía que ya estaba bueno de rezos. Necesitaba seguir trabajando, así que entró al cementerio para pasarle la voz a la extraña viuda; mira que ponerse a rezar a la media noche y todavía en el cementerio, se dijo a sí mismo.

Al fondo del cementerio vio a la viuda arrodillada frente a una sepultura. La tocó en el hombro y la instó para que prosiguieran el viaje para llegar a su destino. La mujer se volteó a mirarle y quitándose el velo le dijo con voz nasal:

  • Ya he llegado al fin de mi destino.

¡Horror!, era una calavera. De pronto sintió que el cabello se le erizaba y su cuerpo se ponía tieso. Haciendo un tremendo esfuerzo logró vencer el miedo y emprendió una veloz carrera, arrancó el taxi y salió disparado.

Dos cuadras después, en la esquina del Charol divisó a un policía. Detuvo el carro y le explicó al policía lo que acababa de pasarle:

  • Esa mujer era una calavera – terminó.

¡Qué fatalidad! Las fuerzas del demonio se cernían sobre el pobre Uladislao. Sus dientes castañetearon y sintió que se desmayaba cuando el policía, quitándose el quepí, le mostró su cabeza calva y huesuda y le dijo:

  • ¿Así como yo?

El policía era también una calavera: estaban muertos la viuda y el policía. Logró vencer el miedo que lo tenía paralizado y no paró hasta llegar a su casa.

Cuando logró calmarse le contó a su esposa el extraño suceso que le había ocurrido; ella le reconfortó y le dio a beber una manzanilla caliente. Ya más tranquilo se acostó prometiéndose no volver a recoger a ninguna mujer vestida de negro y menos a la media noche.

Esa noche se le aparecieron en sueños, terrible pesadilla, el guardia y la viuda. Sin poder disimular su cólera le gritaban:

  • Agradece que tienes espíritu fuerte, eso te ha salvado. Sino ahora estarías muerto como nosotros y te estaríamos llevando al infierno.

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