Cuando trabajaba en La Oroya escuché historias que ocurrían en la ciudad y que tenía preocupados a los trabajadores. Participé en el Plan Cerro Para Ingenieros Químicos Metalurgistas en 1970.
El Ingº Pacheco Jefe de Planta Piloto trataba siempre de evitar que suban los gastos administrativos de su planta, así que cuando se producía alguna avería en la madrugada, de acuerdo al Reglamento Interno de Trabajo, el Jefe de Guardia enviaba un vehículo de “Motor Pool” a recogerlo donde se encontraba. Podía también pedir otra unidad para regresar a su casa pero ambas carreras le facturaban a su planta por lo cual prefería regresar a pie. Eran solamente cargos en libros pero existía una especie de competencia por tener la Planta con menos gastos administrativos. Una tontería, pero allá ellos. Cosas de gringos.
Una madrugada, regresando a su casa a pie, vio una mujer vestida de negro arrimada a la baranda del puente. La vio de lejos, sorprendido que a las dos de la mañana alguien estuviera en ese sitio tan solitario, y más aun tratándose de una mujer. Pero al ir avanzando sintió su cuerpo medio grueso, sus miembros no querían obedecerle, sus pasos se pusieron más lentos. Comprendió que se trataba de la presencia de un ser del más allá. Tenía ganas de regresar a la Planta y pedir un carro de Motor Pool pero le dio vergüenza.
Se subió el cuello de su casaca, volteó la mirada hacia la pared y haciendo esfuerzos se pasó al frente.
Apenas pudo recuperar sus movimientos emprendió una carrera vertiginosa hasta su casa. Nunca más volvió a pie. Sus amigos le dijeron que se trataba de la Viuda Negra.
En la Planta Electrolítica de Cinc trabajaba un Supervisor de Operaciones a quien todos llamaban “El Gaucho”, era un empleado no profesional, uno de los pocos que todavía ocupaban funciones de ingeniero sin ser profesional.
El Gaucho era un hombre grande y de carácter fuerte, y decía que no le tiene miedo a nada, ni gente ni fantasma. Sería que no se había topado nunca con un fantasma.
Terminado su turno no salía con nosotros en el Bus sino que se quedaba a bañarse y luego salía a pie sólo, cruzaba el Puente Cascabel sobre el Río Mantaro y se iba a su casa en La Oroya Antigua.
Una noche que había trabajado en el Segundo Turno, de cuatro a doce de la noche, hizo lo mismo. Al pasar por el puente vio a su vecina arrimada en la baranda mirando al río y la saludó:
- Señora Rosita, buenas noches.
La saludó sonriendo, pensando qué es lo que la vecina hacía en el puente a esa hora, nada bueno quizás, y como no le contestó ni se volteó a mirarlo, siguió su camino hasta su casa.
Al llegar encontró a la gente despierta y a su hermano vestido con terno. Le dijo, sarcástico:
- Acabo de encontrarme con la vecina Rosa en el puente y no me contestó el saludo, debe andar en alguna cosa nada bueno.
Su hermano, todo serio, negó con la cabeza, y le dijo:
- No hermano, nada de eso. Hoy a las seis de la tarde hubo un accidente en Jauja y la vecina Rosa falleció. Ya están trayendo el Catafalco, vístete, vamos a ir a velarla.
Hizo como le dijo su hermano, fue al velorio, pero El Gaucho nunca más volvió a quedarse solo. A la hora de salida marcaba el reloj y salía con toda la mancha de trabajadores que cruzan el Puente Cascabel para ir a sus casas en La Oroya Antigua.

Una aparición en La Oroya