EL JERGÓN

Nuestra casa era de calamina, la calle del costado, Bolognesi, era una acequia llena de sapos, culebras y víboras venenosas.

Una noche, después de cenar mi mamá lavó los platos y los estaba llevando al aparador que estaba en la sala para guardarlo cuando de pronto vio atravesada en el pasadizo a una víbora venenosa.

Era un jergón de metro y medio, su cabeza estaba en el dormitorio, su cola estaba en la calle y su cuerpo estaba atravesado en el pasadizo.

Mi madre pegó un grito y yo corrí al dormitorio a coger a mi hermanito Pedro que era un bebé para protegerlo. Bueno, la serpiente venía hacia nosotros.

Un señor que pasaba por la calle escuchó el grito y vino a la casa a ver qué pasaba. Cuando le dijeron que era una víbora dijo:

  • No se preocupen yo me encargo.

Era un señor brasileño, se le nota en su dejo de hablar, y estaba fumando un cigarro fuerte. Entró al dormitorio y sopló una bocanada de humo de su cigarro hacia la víbora que ya estaba preparada para atacar, contoneándose sinuosamente.

A cada bocanada de humo que echaba el señor, avanzaba un paso hacia la víbora y esta comenzaba a hacer sus movimientos más lentos. Hasta que estuvo a un metro, le sopló el humo en la cara de la serpiente y la cabeza cayó al suelo. Tranquilamente pidió una raja de leña y le partió la cabeza. Lo levantó con la misma leña y lo botó en la acequia y se fue como vino, tranquilamente.

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