Era un momento de mucha tensión, el caos se apoderó de la ciudad de Iquitos y se podía producir una hecatombe en cualquier instante. Había mucho nerviosismo.
Nadie sabe realmente qué desencadenó esta situación: la tozudez de los loretanos, la incapacidad de las autoridades o la estupidez de los policías.
Era una mañana como cualquier otra y nada hacía presagiar lo que estaba ocurriendo. La población se organizó para realizar una manifestación alrededor de las 10 de la mañana por el alza del arroz y otras cosas pequeñas frente a la Prefectura y hacer entrega de un memorial a dicha autoridad. Es lo que siempre se ha realizado desde que tengo uso de razón y nunca derivó a mayores. Excepto esta vez.
El Prefecto en una acción inadecuada envió a la policía a dispersar a la población. Trataron de hacerlos desaparecer en Belén pero los ciudadanos resistieron lanzándoles ladrillos, cascajos, palos y semillas por lo que los policías huyeron y regresaron para atacar con bombas lacrimógenas.
La gente contraatacó lanzándoles sus mismas bombas lacrimógenas y los policías que habían venido sin sus máscaras antigases nuevamente huyeron para retornar premunidos de su equipo completo.
Pero los ánimos de la población ya estaban muy caldeados y se produjo una férrea resistencia desde la Palcazu, no daban marcha atrás.
Al anochecer la población también estaba congregada en la histórica Plaza 28 de Julio y las fuerzas armadas salieron a las calles para “imponer el orden”.
Los soldados estaban a un lado y frente a ellos la población, en su mayoría muchachos.
El hermano de Manuel “Loco” Ramírez frente a los soldados jugaba amagando lanzarse contra el soldado. El soldado nervioso, quizás nunca había vivido esta situación, la mano tensa en el gatillo, se le escapó el tiro y mató al muchacho.
Se dispersaron y reconcentraron en la zona de Belén. En el cruce de las calles Lima y 9 de Diciembre un pelotón de soldados al mando de un teniente novato había emplazado ametralladoras Browning. El idiota creía estar en guerra con un enemigo muy bien apertrechado y nunca se le ocurrió pensar que eran pacíficos ciudadanos a los que autoridades inútiles sacaron de sus casillas y estaban allí de puros tercos.
Cerca de las 10 de la noche salí con mi novia a observar el panorama difícil con nuestros propios ojos.
A este lado los soldados y en la otra esquina la población loretana en silencio y tensa calma. De pronto escuchamos el sonido de una corneta – puuuu – y el grito de guerra:
- ¡Al Ataque!
Vimos al oficialito disponerse para la acción y hacer frente a esta “clara agresión enemiga”:
- De frente paso ligero… marchen. Un dos, un dos, un dos.
Se dirigieron por la 9 de Diciembre hacia Arica. Nosotros, sorprendidos por este ataque tipo militar, no sabíamos que habían cuerpos armados entre la población civil. Fuimos por Jr. Lima hasta Abtao y volvimos a escuchar otra vez la corneta y la voz de ataque:
- Puuuu ¡Al Ataque!
Corrimos por Abtao hasta Arica y los vimos, es decir, lo vimos: llegó a la carrera un muchacho de más o menos 13 años, con los ojos rojos que evidenciaban que estuvo todo el día en el evento durante las bombas lacrimógenas, con un cartón enrollado en la mano a manera de corneta y soplaba:
- Puuuu – y con todas sus fuerzas gritaba – ¡Al Ataque!
Y justo cuando se escuchaba los gritos del teniente y la carrera ruidosa de sus soldados el muchacho emprendía veloz carrera hacia la otra esquina.
Se estaba burlando de los soldados haciéndoles dar la vuelta a la manzana. Llegaron los militares y siguieron buscando al “pelotón fantasma”. Con una sonrisa en los labios y la tranquilidad en nuestros corazones nos fuimos a dormir.
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