Muchas veces encontramos en Facebook llamados a la caridad de diferentes tipos y razones.
Pero cuando veas a alguien humilde vendiendo galletas y dulces, no lo compres.
Recuerdo cuando hace muchos años, volviendo de un fin de semana en Chosica, en casa de nuestra amiga Alicia Amaya, la pequeña Charito de 3 años dijo que tenía hambre.
Estábamos en plena Carretera Central y no habíamos previsto que la Bebe podía sentir hambre en el camino. Cuando, oh maravilla, a un costado de la vía estaba una mujer andina con su hijito en brazos, vendiendo galletas y caramelos. Compramos un paquete de galletas de vainilla, su favorita, y continuamos el viaje.
Al poco rato Charito manifestó que la galleta tenía un olor extraño y un sabor feo, lo tomé y estaba puro querosene.
Botamos las galletas y aceleré para llegar más pronto a nuestra casa.
Las personas “humildes” son ignorantes, no tienen el más mínimo conocimiento acerca de cómo guardar y conservar su mercancía y, sobre todo, cómo evitar su contaminación.
De manera que nunca más volvimos a comprar nada a ninguna persona humilde y mi consejo es que nadie lo haga.
Si deseas hacer una caridad, si estás en Tiempo de Cuaresma, o simplemente quieres hacer una obra de bien, dale un sol pero nunca le recibas su producto. Estarás cuidando la salud de tus hijos y también la de ustedes, sus padres.
Mi nieta Andrea pasaba sus vacaciones de colegio con nosotros en Pueblo Libre y con ella conversamos, cuando tenía 8 años, acerca de la limosna:
- A las personas adultas, hombre o mujer, nunca les doy limosna. Ellos deben ver la manera de trabajar para conseguir su propio sustento. Trabajar en cualquier cosa, que el trabajo no es deshonra. A los niños no les doy nunca, a ellos les deben atender sus padres. Solamente doy limosna a los ancianos porque ellos ya no tienen oportunidad.
- De acuerdo, abuelo.
Todos los días íbamos a la Tienda Metro, a dos cuadras de mi casa. En Metro había juegos infantiles. En el camino, calle Andalucía, en Pueblo libre, estaba un anciano sentado en una sillita de madera. En la mano tenía un pocillo de fierro enlozado para recibir limosna.
Andreíta, no me pedía, simplemente metía la mano en mi bolsillo y cogía mi monedero de cuero Renzo Costa, regalo de mi amada esposa, y sacaba un sol. Devolvía el monedero a mi bolsillo, se acercaba al señor y sin decir palabra ponía la moneda en su pocillo, y seguíamos nuestro camino al Supermercado.
Todas las veces que encontramos al anciano, Andrea le daba un sol, repitiendo el ritual indicado.
Ella estaba cumpliendo mi criterio de limosna, es decir, lo que yo mismo recomendaba que se debía hacer y ella lo hacía con total tranquilidad.
Que lo que uno hace y dice, los niños lo absorben mejor que si hubieras dictado mil lecciones juntas.