LA PAISANITA

            Doña Martina, una dulce anciana que venía todas las mañanas a nuestro restaurante en Iquitos. Le servían un café con leche y un pan con mantequilla. Nunca le cobraban.

            La señora Martina había nacido en Rioja, del departamento de San Martín, era, por consiguiente paisana y amiga de mi abuelita Luisa Chávez, madre de mi mamá.

            Nuestro restaurante quedaba en la primera cuadra de la calle Ricardo Palma, a pocos pasos del Malecón Tarapacá, cuya continuación hacia el norte es la calle San Martín.

            Solamente nos referíamos a ella como La paisanita, era, pues, la paisana de todos nosotros y le gustaba conversar.

            Luego de terminar su sencillo desayuno se dirigía a algún comensal, bien vestido y se ponía a conversar. Le contaba historias hasta que la persona en cuestión, comprendiendo un poco la situación le entregaba un billete de 5 soles o de 1 libra (10 soles), con lo cual la paisanita se marchaba satisfecha hacia su casa. Vivía en la cuadra 3 de la calle Ramírez Hurtado.

            Esta operación lo hacía todos los días, solamente en el desayuno. En cierta oportunidad, el joven elegido, quizás sin entender del todo cómo era el asunto, intentó darle una moneda de 1 sol. Ella, al punto, le dijo:

  • Todavía no pido limosna, joven.

            Y se marchó muy digna y sin otorgarle una mirada de despedida. El joven me miró y con señas del cuerpo me preguntó qué había hecho mal. Le expliqué:

  • A ella suelen darle un billete de 5 soles o 1 libra. Nunca acepta menos.

            El joven quedó un tanto abochornado. Pero no era doña Martina, la paisanita, la única persona que atendíamos de manera especial. Mis padres eran, en verdad caritativos y buenos cristianos.

            Un señor de apellido Calle, venía a almorzar. Únicamente nos referíamos a él como el señor Calle. Era pintor de brocha gorda.

            De pronto, un día, mi papá nos dijo que el señor Calle estaba “afectado”.

            Afectado era un eufemismo para significar que estaba enfermo de tuberculosis, era un tísico. En aquellos tiempos era un mal incurable. A partir de ahí, mi padre le ubicó en una de las mesas más alejadas y se le servía su almuerzo en platos de fierro enlozado y el refresco en jarro de metal, del Ejército. Todos sus útiles exclusivos del señor Calle se lavaban con agua hirviente. De hecho no éramos expertos en temas de tuberculosis pero nunca dejamos de atenderle.

            Si desean comprender el verdadero significado de la tuberculosis, escuchen el vals criollo El Tísico del compositor Luis molina, cantado por los Embajadores Criollos.

            Hasta que en 1954 nos mudamos de barrio y se acabó el asunto del restaurante. Al año siguiente fuimos a vivir en la cuadra 4 de la calle Tacna, a media cuadra de la calle Ricardo Palma. A la vuelta, en la cuadra 5 de Ricardo Palma vivía una señora de edad con su hijo Médico famoso. Mi hermano Raúl me dijo que ella era la mamá del señor Calle, y entonces el Médico era su hermano.

            No es fácil comprender cómo en una misma familia haya una hermano tan rico y un hermano tan pobre, pero era cierto. Al año siguiente falleció el señor Calle, de tuberculosis, y mientras era velado, su mamá sacó todos sus aparejos de su hijo y los botó a la gran acequia que desde esa cuadra estaba abierta hasta llegar al lago Morona. Al botarlos la señora dijo:

  • Allá se va el pintor. Adiós hijo.

            Al menos, tuvo un entierro decente, él que pasó por la vida como si hubiera sido un menesteroso. Nos dio pena porque varios años lo tuvimos como pensionista en nuestro restaurante y siempre fue atendido con toda deferencia. Cosas de mis padres que ahora, con el paso de los años recién llego a comprender en su verdadera dimensión: Tuve unos padres extraordinarios y yo tuve una infancia enormemente feliz.

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