QUÉ VERGÜENZA POR DIOS

            Una frase que se sale de todos los cánones del sentido común y del buen decir.

            Fuimos criados por padres amorosos y en nuestro hogar aprendimos a realizar todas las cosas que se necesitaba en nuestra casa. Desde acudir cada día a la Proveeduría del Ejército para recoger el pan y la carne de res y a fin de cada mes a sacar los “víveres” para nuestro sustento de todo el mes, lo cual incluía arroz, frejol, azúcar, manteca, aceite, leche, fideos, café, etc.

            Teníamos, además, la obligación de tostar los granos de café y molerlos. También molíamos en batán la sal que era bien gruesa y estaban lejanos los tiempos en que se adquiere la sal en bolsas de un kilo, para cocina o para mesa, con añadidos, por orden del gobierno, de yodo y flúor. Por nuestra parte comprábamos maíz para tostar, moler y cernir para llenar unos cucuruchos de papel que vendíamos en el colegio.

            En nuestro tiempo no se denigraba el trabajo infantil y trabajábamos en lo que hubiera, con tal de entregar a nuestra madre nuestra ganancia.

            Veía a mi papá lavar los platos después de la cena y cuando mi madre se fue al Cielo, mi padre lavaba la ropa de toda la familia, por lo que dimos en ayudarle en esas labores. Quien primero llegaba a la casa paraba la olla y se disponía a preparar el almuerzo; cuándo  llegaba Wilma se encargaba de darle la sazón a lo que estábamos haciendo: todos, hombres y mujeres.

            Aprendimos que lo normal es que nuestro padre nos cargara cuando éramos pequeños y a nadie le parecía mal. También cuando nos tocó ser padres, nos llenaba de orgullo cargar a nuestra pequeñas hijas (En lenguaje loretano del nivel más culto se dice amarcar). En mi caso el motivo era doble, y en palabras de mi amada esposa:

  • Al hombre más vanidoso del mundo tenía que tocarle tener hijas mellizas.
  • Como el “sastrecillo valiente”: dos de un solo golpe – era mi respuesta.

            Solamente sonreía cuando ella me decía eso, pero en stricto sensu, que un padre cargue a sus hijos es lo más normal del mundo y era así para nosotros, sin sentirnos nada especial.

            Aunque, a decir verdad, es en los últimos tiempos donde se ven casos más numerosos de hombres cargando a sus hijos o empujando el cochecito.

            Alejandro Acosta era el Asistente del Jefe de Guardia del Laboratorio de Embotellamiento en el Segundo Turno. En ese tiempo los empleados y los obreros trabajaban  en turnos fijos, somos los Ingenieros quienes rotábamos en los tres turnos.

            Por tanto cada que me tocaba el –segundo Turno, me encontraba con Alejandro, más conocido como el “Gordo Acosta”, o también “Gordillo”.

            Era sumamente servicial y serrano hasta la médula de sus huesos y cada lunes llegaba cantando y zapateando el huayno de moda con que se había vacilado el fin de semana. Como él, muchos trabajadores eran oriundos de La Pampa, provincia del departamento de Ancash.

            Si necesitabas un abogado para “desahuciar” al inquilino de tu departamento o contratar a unos matones para el “lanzamiento”, acudías a él. Me puso en contacto con un abogado muy bueno y efectivo; y llegado el caso me puso dos hermanos modelos de la tienda Ternos Mister, de 1.80 m de estatura, atléticos, para lanzar a los inquilinos y poder pasar a vivir en nuestro departamento que habíamos adquirido “ocupado”.

            Pero un día llegó con una noticia que, para él, era, vergonzante e indigno. Como trabajaba en el Segundo Turno, por las mañanas salía a recorrer su barrio del Rímac o a pasear por la Plaza de Armas. Justamente en la Plaza de Armas fue testigo de “tal hecho sin precedentes”. Horrorizado dijo:

  • ¡Qué vergüenza, por Dios!

            Sorprendido por lo que decía, pensé que se trataba de algo horrendo lo que había ocurrido: Gordillo había visto al Ingeniero de Mantenimiento Mecánico cargando a su hijita. Y, para mayor “vergüenza”, en la mismísima Plaza de Armas. “¡Qué horror!”.

  • Oye ¿tú estás loco?
  • ¿Cómo va a estar cargando a su hijo delante de todo el mundo?
  • Si eso es lo que hacemos todos los padres.
  • ¿Tú has cargado a tu hija?
  • A las tres las he cargado y con orgullo. Es lo normal en las personas de bien.
  • Yo jamás he cargado a ninguno de mis hijos.
  • Pues, tú te lo perdiste. Perdiste la oportunidad de ser un buen padre y perdiste la oportunidad de ser un hombre.

            Me miró completamente sorprendido, no solamente porque no le seguí la cuerda sino que le di una lección para que no ande haciendo el idiota.

            El Ingeniero Mecánico había ido con su esposa e hijita a la Municipalidad de Lima, cuyas oficinas están en la Plaza de Armas, para regularizar su matrimonio con su esposa y, mientras su esposa cargaba el enorme bolso que es necesario llevar cuando se anda con bebés, el esposo cargaba a la pequeña. Cuando la esposa está sana se alternan los papeles, pero si la esposa tuvo cesárea, es el marido quien carga con todo. Es lo más natural del mundo y así me lo enseñaron y nosotros a nuestras hijas y yernos.

            A eso se llama amor.

En la Catedral de Tarma, Perú.

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