El II CIR es el Centro de Reclutas del Ejército Peruano y estaba ubicado en el Complejo del CIMP en Chorrillos.
1,159 reclutas habitábamos en ese lugar. En aquel entonces todo ingresante al Ejército debía pasar por el II CIR de donde nos distribuían a las diferentes unidades de combate.
Había varios oficiales pero solamente uno era futbolista. Un Teniente alto y delgado a quien le gustaba salir a pelotear en la explanada de formación. No tardaron en presentarse reclutas de la Primera Compañía, estaban al lado de la cancha.
El Teniente pronto descubrió quienes eran los soldados peloteros expertos y los hacía jugar con él todas las veces.
Eran tiempos políticamente un poco revueltos en el Perú y por esa razón no teníamos permisos de salida.
Únicamente los peloteros asociados con el Teniente salían de permiso. Eran dos jóvenes negros altos, parecían Watusis, que de repente se volvieron indispensables para el Oficial deportista: No hacían servicio los fines de semana y tenían salida todos los fines de semana y eran los únicos reclutas de paseo.
Sus compañeros les preguntaron cómo fue que se congraciaron con el Teniente:
- Le pasamos bola al Teniente pe, y el mete gol.
- El Teniente se luce pe.
No solamente los servicios que no hacían los fines de semana y los permisos de salida, ellos le pidieron al Teniente ir a la panadería del CIMP para traer el pan para la Unidad.
En la panadería había, claro está, abundancia de pan para abastecer a toda la tropa del CIMP y los “engreídos” se atiborraban de panes metiéndolos dentro de sus pantalones, cómo usábamos cañabotas la bocapierna estaba cerrada.
Todo estaba de maravillas y el asunto de los panes aumentó la admiración de sus compañeros, quienes los veían tragar a sus anchas los panes mal habidos. Pero el latrocinio lo hacían a vista y paciencia de los panaderos a pesar de que ellos trataban de impedirlo.
Finalmente se quejaron al Jefe de Intendencia y éste al Comandante del II CIR, quien llamó la atención al Teniente ordenándole poner fin a la situación.
Observé la fuerte llamada de atención del Oficial a sus “amigos” y se terminó los partiditos de fulbito, los permisos de salida y la comisión para traer el pan. Todo volvió a la normalidad. Nunca más se vio jugar fulbito en la explanada y todos los demás comenzamos a salir de paseo, exceptuando cuando estamos de Guardia o de Retén, quiero decir cuando estamos de Servicio.
Una vez más se cumple lo que decía el viejo cuento de mi infancia: “La ambicia rompe el saco”. Y, en este caso, fue totalmente cierto.
Yo soy este recluta