VOCES Y SUSURROS

            Cuando alguien cercano parte de este mundo parece como si aún sentimos su presencia y, no pocas veces, lo sentimos de modo vívido y real.

            Es diferente cuando ves las almas a quienes nunca conociste en vida, siendo lo más recomendable no interrumpir su camino mientras van recorriendo sus pasos por donde pasaron en vida pues pueden reaccionar en contra tuya.

            También se puede tratar de seres que nunca vivieron.

            Es conocida la historia del “shapshico” que permanecía en la casa de nuestro buen amigo Jorge Barreyro en la calle Tambo en Iquitos. A golpe de 6 de la tarde llega a rondar en el taller de reparación de motos. Nunca decía nada, solamente se aparecía sonriendo.         Nada que hicieron pudo sacarlo de allí. Hasta que un brujo les dijo que es un niño que vivió y murió en esa casa, que considera que es su casa y que jamás se va a ir. Se acostumbraron a su presencia y no le hacían caso.

            También “el diablillo” al cual lo vimos todo el grupo, veinte menores entre 6 y 12 años que iban conmigo al campo de entrenamiento, alrededor de la una de la mañana en un barrio cercano a nuestra casa en Iquitos. Estas dos historias las pueden encontrar en mi libro En Nuestra Selva, publicado en el año 2016.

            El alma que recorre sus pasos se le conoce como “tunche” y forma parte de la cosmovisión de la Amazonía Peruana.

            Pero cuando se trata de nuestros familiares que en vida nos han amado, nunca te hacen daño y luego desaparecen.

            Mi madre me contó que yo nací con “velo veneciano” una membrana que cubría toda mi cabeza. Ella lo guardaba en un estuche de metal, las personas “curiosas” (en el sentido de que saben lo que dicen por experiencia) le habían dicho que yo podía ver a las almas, lo cual fue siempre cierto, pero me daba mucho miedo.

            Cuando falleció mi mamá, a los tres días vino a verme: se acercó a mi cama y abrió el mosquitero y ella me contemplaba y yo la miraba hasta que quise asirla gritando ¡mamá! ella soltó el mosquitero y se fue por el pasadizo hacia la huerta; a mi grito se despertaron mi padre y mis hermanos. Fue cuando comencé a llorar, no lo había hecho hasta entonces pues tenía muchas obligaciones en la casa con el sepelio y el entierro. Lloré porque entonces me di cuenta que se había ido para siempre.

            Cuando mi cuñado Javier Alva estaba agonizando en Iquitos, vino a mi casa en Lima mientras yo dormía, tal vez a pedirme ayuda, pero no lo entendí y me asusté tanto que para hacerle retirarse recé el Padre nuestro pero en voz tan alta que se despertaron en la casa, mi esposa me despertó y hasta Charito vino de su habitación que es la más alejada. Dijo que hasta en su cuarto se escuchaba mi oración muy fuerte. Ni yo mismo entendía que estaba ocurriendo o por qué estaba haciendo eso, solamente sabía que era Javier, pero no se los dije.

            Al día siguiente cuando salía para el trabajo sonó el teléfono, mi amada esposa me gritó angustiosa ¡Jorge! Cogí el teléfono, era el esposo de nuestra sobrina Clara Vigo quién estaba informando que Javier había fallecido. Me había estado pidiendo auxilio.

            A la media noche antes de acostarse Javier sintió que no podía respirar, sus hermanas le llevaron a un médico y a otro, en vez de llevarlo de frente al hospital. Durante ese episodio de sufrimiento acudió a mí y yo no lo comprendí.

            Mi hermana Mónica falleció el viernes 21 de noviembre del año 2003, la enterramos el sábado en el Cementerio Campo Fe Norte en Puente Piedra.

            Mi hermana no vino a verme, pero sí fue a la casa de Andrea. El viernes, mi yerno Jorge estaba solo en su casa viendo un partido de fútbol y Andrea de 1 año estaba en su corral a su lado. Mi hija Claudia estaba conmigo en el velorio y la empleada había ido al mercado.

            Jorge vio que alguien pasaba de la cocina al pasadizo que lleva a los dormitorios, sabía que alguien había pasado, pero también sabía que no había nadie más en la casa. Para confirmar llamó:

  • ¿Claudia? ¿María?

            Al no recibir respuesta se levantó y fue a mirar en los tres dormitorios y los baños y no encontró a nadie. Se encogió de hombros y fue a la sala a seguir viendo su partido de fútbol.

            Esa noche Andreíta no podía dormir, lloraba tanto que tuvieron que llevarla con ellos. Andreíta, en medio de ellos, durmió plácidamente. El sábado fue igual.

            El Cementerio Campo Fe oficia una Misa cada domingo al medio día, en la que se menciona a todas las personas que fueron enterradas en esa semana. La Misa se celebraba en una Capilla rural provisional. Ahora tiene una hermosa Iglesia.

            Luego de la Misa, yo estaba cargando a mi nieta y le comenté a mi hermano Raúl lo que estaba ocurriendo. Raúl sabe bastante sobre las cosas de la Iglesia y me dijo sin dudar:

  • Ah, ya. No hay problema. Que el padre le imponga las manos.

            El sacerdote, luego de la Misa se acerca a los deudos para decirles unas palabras de consuelo. Me acerqué y le dije mostrándole a mi pequeña nieta:

  • Padre, impóngale las manos. Mi hermana la está visitando por las noches.

            El sacerdote le impuso las manos con palabras rituales y también nos impuso las manos a nosotros. Santo remedio. Mónica no volvió a manifestarse y nunca más hubo problemas.

            Mi madre y mi hermana sufrieron una muerte intempestiva, cuando más deseaban vivir. Dicen que muchas veces no “saben” que fallecieron y por eso recorren sus pasos. Mi mamá falleció en mis brazos mientras yo le soplaba aire en la boca para que pudiera respirar. Falleció a una cuadra del Hospital. Mi hermana terminó su existencia en la camilla de hemodiálisis. Estaba alegre porque estaba en la lista y a la espera de un nuevo trasplante de riñón. Javier, durante su agonía vino a buscarme, es decir recorría sus pasos antes de fallecer. Luego no hubo más manifestaciones.

            Mi amada esposa falleció en silencio, tranquila recostada en su cama, bien abrigada, como si hubiera estado esperando el momento final. Una mujer valiente hasta el fin. Nunca se manifestó. Y yo todos los días al despertarme lo primero que hago es mirar su cama clínica, como lo hacía cuando estaba viva. Charito no quiso desarmar la cama pero yo sigo mirando.

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