El Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española (RAE) nos dice que menudencias es el interior de las aves, que se reduce a hígado, molleja, sangre y corazón. A esto deberíamos agregar las patas y el pescuezo, además de las tripas.
Hace muchos años se desató en Lima el boom del pollo a la brasa. En todos los barrios había un restaurante de pollos a la brasa y toda la clase media acudía con frecuencia a darse un gusto. La clase media regía los gustos y las modas en nuestro país.
Era tan poderosa que las fiestas más sonadas eran para ellos y, de todos, el de mayor importancia eran las carnavales en el Club de Tiro del Ministerio de Hacienda.
Para satisfacer la demanda del pollo a la brasa era necesario criar pollos en abundancia. Cuando uno viajaba hacia el sur era curioso ver a los costados de la carretera largos galpones cubiertos de tela blanca; eran los criaderos de pollos.
La elaboración del pollo a la brasa dio origen a una actividad conexa: la venta de las menudencias de los pollos.
Un paquete de menudencia contenía las menudencias de dos aves: 4 patas, 2 pescuezos, 4 alas, 2 mollejas, 2 corazones y 2 hígados, todo ello amarrado con las tripas de 2 pollos. Es decir carne en abundancia y a un precio muy económico.
Muchísima gente lo adquiría para prepararse un delicioso almuerzo, cada quien a su propio estilo.
Mi tía Martha Moriano se dedicaba a la venta de menudencias en el Mercado Nº 2 de Surquillo. Ella vivía a media cuadra del mercado. A las 8 de la noche estaba lista para recibir la entrega de la menudencia, la colocaba en bandejas y llenaba con hielo para venderlo al día siguiente a primera hora.
Toda su existencia se acababa en una mañana. Era tan bueno el negocio que en su casa tenía televisor de 24 pulgadas, radio potente y tocadiscos, es decir toda la parafernalia realmente importante de aquellos tiempos en una casa. Su esposo, el tío Faustino Suárez, hermano de mi papá, y sus hijos Orlando, Pedro y Alberto vestían con terno en las fiestas.
Cuando uno llegaba a visitarlos, sea la hora que fuera, siempre te servía una suculenta sopa de menudencias con verduras, al estilo de Mamara, su tierra.
En, fin llevaban una vida feliz en todo sentido. Lástima que el mundo se vino abajo cuando los militares capturaron el poder y se adueñaron del país. Desapareció la clase media y los pobres se hicieron más pobres.
Entonces cuando viajábamos hacia el sur, daba pena ver los restos de lo que alguna vez fueron galpones de crianza de pollos, cual fantasmas de tiempos remotos que nunca más volvieron a surgir.
Hoy la industria de los pollos es una megaindustria que no da cabida a ningún particular: “El patrón nunca más comerá de tu pobreza”.
Ni el patrón ni nadie come porque hoy todos somos pobres. Pobre Perú.