GLENDA

            Cuando salimos de la calle Tacna, cuadra 4, en Iquitos, fuimos a vivir en la calle Pablo Rosel cuadra 5.

            A partir de aquí se escribió un nuevo capítulo en la historia de nuestra vida: un nuevo barrio, alejado del centro pero muy cerca del Camal y del Mercado del Camal. Nuevos vecinos disímiles.

            La casa había sido construida como “casas gemelas”, de manera que la separación entre ambas era apenas una pared que llegaba a los dos tercios de la altura total. Si todos son discretos, no hay problema pero si alguna de las dos familias son “alharacas”, bueno la cosa se complica hasta el infinito.

            Felizmente la familia vecina era más bien tranquila. Allí vivía la señora Polita, viuda, con 6 hijos: Glenda, Corina, Ronaldo, Mariela, Gaby y Javier.

            Nos llevamos bien con todos. Doña Polita era Enfermera en el Hospital Iquitos, pero además era  cultora de algo que ahora se llamaría “medicina alternativa”. De vez en cuando la veíamos salir con su olla llena de barro (arcilla) y nos decía que se iba a tratar a una persona de un mal en la barriga. Al parecer, remojaba la arcilla con agua y hacía un emplasto que colocaba sobre la barriga del paciente. Doña Polita afirmaba que era un tratamiento infalible y todas las veces el paciente resultaba curado.

            Corina me contó que su papá era fallecido, que había sido militar del Ejército y había trabajado en Trasmisiones. Su clave para firmar los telegramas en código Morse era GEVA (Genaro Vargas), y ella le llamaba a su papá, Gevita. Al parecer este nombre es bastante común en Loreto, pues he trabajado en el Politécnico con un profesor que tenía el mismo nombre.

            Todas las mañanas doña Polita se iba al trabajo y los chicos al colegio, excepto Glenda.

            Glenda tenía 15 años y era la cocinera de la casa. Ella me decía que no le gusta estudiar, que le duele la cabeza cuando repasa por lo cual manifestó a su mamá que ella mejor se va a dedicar a la cocina. Era una chica muy guapa, de poca estatura.

            Pero Glenda dio muestras de tener mucho arte en la costura. Tenían en su casa una máquina de coser Singer, moderna que le permitía hacer muchas cosas. Cosía la ropa para todas las niñas y chicas del barrio. En esa época se puso de moda confeccionar vestidos para las chicas con el pecho con un fruncido especial llamado “nido de avispa”. Todas las chicas en el barrio querían tenerlo, también mi hermana Mónica, la menor. Para Glenda resultaba muy fácil hacerlo en su máquina de coser.

            No cobraba caro pero su madre vio todo el potencial que su hija podía alcanzar. De inmediato fue a buscar al señor Rubio, representante de Singer en la calle 9 de Diciembre, cuadra 2. Ese mismo día vimos llegar a la señora Polita con el señor Rubio, quien traía en la mano el cabezal de la máquina Singer más moderna, que podía hacer miles de bordados y las costuras más extraordinarias. Solamente tenía que cambiar el cabezal sobre el mismo mueble.

            El siguiente paso que tomó la señora Polita fue cambiar de residencia. En nuestro barrio nadie era rico y no era mucho lo que podíamos pagar por un vestido bien hecho, de manera que se fueron a vivir al frente de la Universidad, barrio de gente mucho más pudiente y mejor vistos.

            Lo último que supe de ellos, yo era universitario, fue que habían cambiado de identidad. Se volvieron ampliamente conocidos pero todos los llamaban las “Politas”, ya nadie era personalizado, ni Glenda, ni Corina, ni Ronaldo, ni Mariela, ni Gaby, ni Javier. Todos eran los “Politas”.

            Pero seguramente tuvieron mucho éxito pues el barrio era superior, pero el arte de Glenda era innato y, quizás, lo llevó a niveles muy elevados. Bien por ella.

            Fue un hermoso recuerdo de mi juventud.

            Cuando volví de Lima, luego de licenciarme del Ejército, todos los hermanos, excepto Glenda, fueron de mi grupo de Ejercicios físicos, cuya historia he relatado en mi libro En nuestra Selva. Mi primer libro digital.

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