Cuando lean mis libros En Nuestra Selva o Nuestro Amor se darán cuenta que en la casa de mi enamorada Maria Judith Alva Rivera, hoy mi amada esposa por más de cincuenta años, son de poco comer. Comen muy poco y todos eran flacos. Les gusta comer, sí, sobre todo las cosas regionales: majáz, sajino, motelo, paiche, carachama, boquichico, pijuayo, aguaje, humarí, etc., pero comen poco. Yo era el único tragón.
Pero cuando se trata de pollo a la brasa, doña Judith no para mientes. Se lo come todo. Desde que lo inventaron y lo pusieron en Iquitos, fue su plato preferido por excelencia.
En cierta oportunidad mi Aseguradora de Pensiones Mapfre nos invitó, al asegurado y su esposa, a la Granja Villa de Chorrillos para celebrar Fiestas Patrias. Nos sirvieron medio pollo a la brasa con harta papa frita y bastante chicha morada. Yo el pollo a la brasa lo como por amor a esta extraordinaria mujer, de manera que solamente comí un cuarto. Judith se comió su medio pollo y el cuarto mío. Las damas pidieron más papas y más chicha y se los dieron. Mapfre nos trató siempre bien. Mi esposa que come poco no parecía hartarse.
Pero las leyes en el Perú cambiaron y ahora el que quiere se inscribe en una AFP o en el Fondo Nacional de Pensiones. La ignorancia o la avaricia propició estos cambios. Mapfre ya nunca más nos invita nada.
Dicen que cuando una chica es criada junto con varios hermanos varones, come tanto como los varones porque no quiere quedarse atrás. En consecuencia es tragona.
Otras veces simplemente come abundantemente porque le gusta comer y tiene con qué.
Con ocasión de la operación de mi hermana Mónica, pedí a su colega, vecina y amiga, a quien llaman en el barrio de Iquitos, “La viuda”, para que donara sangre. De inmediato aceptó pues eran bastante amigas y compañeras de juerga. En Lima continuaron su amistad. Luego de la donación de sangre, es costumbre convidar a la donante una bebida, principalmente un jugo de frutas enriquecido, pero la viuda me dijo que prefería un caldo de gallina. Eran las 11 de la mañana y frente al Hospital Rebagliati existen varios restaurantes.
Entramos a un restaurante y le pregunté, más que todo por diplomacia:
- ¿Estás segura que puedes con un caldo de gallina?
- Y me falta todavía.
El caldo de gallina en Lima lo sirven con una presa grande de gallina, un huevo duro entero, una papa entera y harto tallarín. Al final resulta en una sopa de 1 litro. Sorprendido por su respuesta pedí dos caldos de gallina. Pero no pude terminarlo, apenas llegué a tomar un tercio del plato, que era un platón.
La viuda se tomó todo su plato. Increíble. Me contó que con su hija, adolescente, toman cada una un plato de caldo de gallina y quedan contentas. La viuda es gruesa pero su hija es delgada y comen igual.
En mi casa, tres hijas mujeres, las mayores, mellizas, comían en el desayuno lo mismo que yo, calentado, tacu tacu, bistec o sánguche de asado o jamón y queso. Excepto la menor, Charito, quien jamás tomaba desayuno.
Pero una noche escuché ruidos en la cocina a las 11 de la noche, bajé sigilosamente y encontré a Charito, de 4 años friendo fariña en una sartén. Para alcanzar a la altura de la cocina a gas había puesto una caja vacía de cerveza, volteada y se había subido sobre ella.
- ¿Por qué no me dijiste?
- Tenía hambre, papá.
A pesar de haber nacido en Lima, Charito ama todas las cosas de la Selva, de donde somos oriundos todos los demás. La fariña es el alimento fundamental en la dieta loretana y es el subproducto residual de la fabricación del almidón de yuca, tostado.
Cuando hice dieta para bajar de peso, llegué a comer tan poco que Luisa dijo:
- Mi papá come tan poco que nos hace sentir vergüenza.
Siempre estábamos a la caza de algún lugar donde comer cosas especiales. En el Centro de Lima, frente al Mercado Central había un chifa, el único en Lima, que vendía comida china en menú al escoger: todo estaba a la vista y pedías lo que querías. Periódicamente hacíamos excursiones al Centro para disfrutar de éste chifa. Al final resultó que el chifa era del tío de Sandra Chau, compañera de estudios de Luisa en la UPCH. Ahora ambas son Odontólogas.
En la calle Huancavelica, por donde está la Reniec, había una tienda que vendía antojitos chinos, muy agradables. Igualmente lo visitábamos toda la familia.
También encontramos un chifa que vendía menú en la calle Grau, en Magdalena, en la esquina de la heladería Speciale.
Años después descubrimos un chifa que vendía menú en la Av. Universitaria, frente a la Feria Internacional del Pacífico, y Charito llenaba la camioneta con sus compañeros de estudios de la PUCP para ir a almorzar puesto que un menú chifa es “contundente”, mucho más que la comida en la universidad.
Nos llena de satisfacción cuando alguien que estimas y aprecias y, sobre todo, que amas, disfruta la comida como tú. Es una bendición.