Por la Plazuela de San Agustín, en el jirón Camaná, en el Cercado de Lima, había una juguería muy especial.
Paseando por el Centro con mi enamorada Maria Judith Alva Rivera, descubrimos esta juguería y nos encantó su producto.
Cada que coincidíamos en nuestro viaje a la Capital, vivíamos en Iquitos, nos gustaba pasear por el Centro visitando Iglesias antiguas, las cuales resaltaban por su arquitectura singular y las historias que de ellas se contaba. También recorríamos museos y casas históricas.
En suma, realizábamos lo que hacen los enamorados, pasear cogidos de la mano. Dichosos tiempos en el que no te asaltaban a cada paso como ahora.
Esta juguería era única en todo el país. De hecho, había juguerías por todo lima, principalmente en los mercados y algunos restaurantes, pero en aquellos tiempos una licuadora no era un artefacto electrodoméstico. He visto una licuadora con un enorme motor que transmitía movimiento a la licuadora por una faja de transmisión. Debía costar mucho dinero, además de lo aparatoso de su tamaño y peso.
Pero la juguería que menciono, ni siquiera recuerdo si tenía nombre el local, no nos servía frutas con agua y azúcar, sino jugo de pura fruta, sin agua ni azúcar agregados.
En verdad parece que utilizaban extractores únicos en el país. Muchos años después llegarían las licuadoras y los extractores electrodomésticos.
Podías pedir, mango (nuestro preferido), uva, pera, manzana, tuna, etc. Siempre que veníamos a Lima hacíamos una parada en ese lugar para deleitarnos con nuestro jugo especial.
Cuando llegamos a vivir con nuestras hijas, paseábamos por el Centro pero ellas eran más de visitar tiendas Monterrey, tiendas Tía, Oechsle o Sears. En tiendas Tía hacíamos un alto en la jornada para atiborrarnos con un buen lonche. Era el preferido de ellas.
En un lugar cerrado de la tienda, al ingresar te entregaban una boleta donde estaban escritos cantidades en soles y centavos, cuando cogías lo que deseabas comer, la chica que atendía marcaba en tu ficha el valor. Al salir la cajera sumaba el total y pagabas. Todas las viandas estaban a la vista y tomabas lo que te atraía por su aroma o por su forma.
También visitábamos con ellas las Iglesias y museos, pero preferían visitar tiendas para mirar novedades y hacer sus pedidos para la próxima visita.
No hay nada como pasear con la familia, pero no dura mucho. Pronto tendrán compromisos del colegio o la universidad y ya no puedes contar con tenerlas a todas juntas todo el tiempo. Luego el matrimonio y con pandemia de por medio ya ni nos vemos en persona. Pero felizmente todos estamos con buena salud, algunos ya vacunados y otros en espera, pero todos felices, contentos y agradecidos por la vida y la salud.
