Uno de los destinos que más nos gustaba frecuentar a “los tres compañeros” era el río Itaya en Iquitos.
Los tres compañeros éramos con Pasión Alegría Vásquez y Néstor Nájar Llerena, estudiantes de la GUE “Mariscal Óscar R. Benavides”, Secundaria Común.
Si bien es cierto que acudíamos a todos los sitios donde podíamos nadar, el río Itaya ejercía una atracción especial. Solamente teníamos que llegar a la entrada de “El Hueco” en la calle Aguirre frente al Hospital Militar y por ahí bajábamos directamente al río Itaya.
El río Itaya se dice que nace en los altos de la selva, al noroeste de la ciudad de Nauta, recorre 125 km hasta desembocar en la margen izquierda del río Amazonas en el Puerto de Belén y su característica principal es que sus aguas son negras, típico del agua de quebrada en la Amazonía.
El río Itaya era un lugar de aguas limpias y tenía apenas 60 metros de ancho por lo que era fácil chimbar (cruzar) de una banda a la otra, ida y vuelta. Al frente no había nada de interés.
Algunas veces teníamos compañía, muchachos más chicos, vecinos del lugar. Pero todos nos divertíamos y nos llamábamos por nuestro nombre. No había ningún promontorio como ocurría en el lago Morona, por lo cual no podíamos lanzarnos de lo alto. Solamente nadábamos y nadábamos. Cruzar el río era la única diversión y jamás ocurrió ningún percance.
Hasta aquel día de sol fuerte y ningún nubarrón en lo alto que hiciera sombra al sol quemante que nos agobiaba y nos hacía desear estar más tiempo en las frías aguas del río. De pronto un chico gritó:
- Una boa.
La reacción más inmediata era, por supuesto, correr, pero cómo corres en medio río. Lo vimos, parecía el periscopio de un submarino que surcaba las aguas del río. Como sus aguas son cristalinas pudimos ver que tenía aproximadamente cinco metros de largo, pero solamente la cabeza sobresalía sobre la superficie del agua dejando una estela como de canoa.
De todos es sabido que una boa te ataca solamente donde pueda enredar su cola pero en medio río no existía ningún agarradero. Vi que ninguno de los chicos del barrio hizo ningún movimiento de huida y por eso también nos quedamos, atónitos, pero nos quedamos. Lo vimos pasar imponente sabiéndose la Reina del Itaya.
Seguimos con nuestros juegos cuando volvió a pasar por nuestro lado pero esta vez me rozó la pierna con toda la extensión de su largo cuerpo. Como ya se sentía atrevida preferimos poner fin a la frescura del baño y salir del agua.
Nuestro mayor temor era que se enrosque en mis piernas y atrape a quien estaba a mi lado y nos lleve al fondo del río donde moriríamos ahogados.
Pensamos que eso era lo más prudente dada la situación y siempre hemos pensado que vale más que digan “Aquí corrió” y no “Aquí quedó”. Pero la extraordinaria experiencia jamás lo olvidaremos y aquí la tenemos puesta en letras de molde.