Mi nieta Andrea solía pasear con nosotros y una tarde vimos en el Parque El Carmen de Pueblo Libre a una niña con unas botas a media pierna con cierre al costado que era una novedad. La manera como la miraba Andrea me dio a entender que la había impactado y deseaba tenerla.
De regreso a la casa informé a sus padres acerca de la dichosa bota pero Jorge se puso saltón cuando Andreíta dijo:
- Y con taquito abuelo.
Quedamos que al día siguiente la llevaríamos los abuelos a “Cinco Continentes” en la Avenida Abancay donde venden todas las novedades en materia de zapatos.
Había la bota soñada de su número pero un inconveniente mayúsculo era que no le cerraba la bota por la imponente pantorrilla de la niña. Le dije a la bebe que no podíamos llevar esas botas porque ella era piernona. Bajaron muchos zapatos para probarla pero nada, tuvimos que adquirir un número mayor. En lo referente al taquito era nada más el taco que tienen todos los zapatos, tanto de hombre como de mujer.
Cuando su padre lo vio suspiro aliviado porque no era lo que se había imaginado: tacos de mujer que no es conveniente para una niña. Pero tenía tacos que lo diferenciaba de las botas de moda para niñas que más parecen botas para usar con esquíes en la nieve, sin tacos.
Las nuevas botas de moda le quedaron muy bien y ella se sentía a gusto y lo lucía muy orgullosa.
Cierto día Andrea le dijo a su mamá que sus piernas eran regordetas. Su madre furiosa le preguntó a boca jarro:
- ¿Quién te dijo eso?
- Mi abuelo.
- Yo dije piernona – expresé.
- ¿No es lo mismo? – preguntó Andrea
Claudia, su mamá, le explicó:
- No hijita. Piernona, buenas piernas. ¿Por qué crees que tu papá se casó conmigo?
La verdad es que mi amada esposa siempre que mencioné sus piernas ella soltaba como una retahíla: Mis piernas flacas, chuecas, torcidas. Las buenas piernas la heredaron de mi mamá a quien de muchacha le decían “patas de billar” por sus extraordinarias piernas, y mis tres hijas heredaron esas piernas. En consecuencia, todas, hijas y nietas son piernonas: buenas piernas.