Cuando llegamos al Cuartel de Artillería GAC 2 “Coronel Bolognesi” en Pueblo Libre, pudimos ver que salían camiones que llevaban acémilas.
El Sargento a cargo nos dijo que era el último de los animales que se los estaban llevando. A partir de ahora nuestra unidad pasaba a ser motorizada.
Veníamos del Centro de reclutas (II CIR) en Chorrillos donde fuimos entrenados como combatientes de primera clase. Ahora nos tocaba prepararnos en una unidad de combate, de esta manera llegamos al cuartel de artillería (La gente siempre le ha llamado el Cuartel Bolívar) en Pueblo Libre.
Nunca imaginé que pasado el tiempo llegaría a residir en este distrito, cercano al cuartel, donde terminaré mi existencia.
De la antigua unidad de artillería quedaban los recuerdos de cuando los cañones eran jalados por acémilas y el personal se transportaba a lomo de caballos. A muchos les llamaban con el nombre de su mula, recuerdo de tiempos idos.
Lo curioso de esta unidad era que tenía una pileta, cual piscina, y contaban los antiguos que los familiares de los oficiales en el verano venían a disfrutar de un buen baño refrescante. La pileta estaba rodeada de una pérgola de flores muy vistosas por esta razón. Para esto había un jardinero civil.
El Comandante Carlos Leiva Arguedas le mandaba al jardinero a sembrar zanahorias. Al cosecharlas nos servían zanahorias en el desayuno (mermelada), almuerzo (ensalada) y cena (guiso). Otra vez le ordenaba sembrar camotes y nosotros teníamos que comer camotes en el desayuno, almuerzo y cena. Hasta en la lista de retreta, junto con el “agua de pichana” (infusión) nos alcanzaban un pan con mermelada de zanahoria o camote, como un extra para que se termine la producción.
También teníamos una cocina moderna con pailas a presión en vez de las acostumbradas pailas de cuartel. Igualmente el cocinero era un civil quien preparaba potajes extraordinarios.
Al fondo del cuartel existía un lugar al que denominaban “La Remonta”, al cual siempre he considerado una granja militar, pero es en realidad un servicio de Veterinaria, obligatorio en ese entonces en toda unidad de artillería.
Estaba a cargo de un oficial a quien todos los soldados llamaban el “Capitán patero”. Este oficial nunca prestaba servicios en el cuartel, únicamente atendía la Remonta. Allí criaban los pollos y patos con los que se atendía nuestro sustento y los pavos para la cena navideña del comandante. Abundante provisión de huevos.
Muchas veces, sobre nuestro rancho normal, el cocinero ponía un huevo frito. Un huevo frito en ese mismo instante: el cocinero civil ponía un azafate de acero sobre la hornilla y reventaba con maestría hasta 12 huevos, con ayuda de una espumadera plana de metal lo levantaba y ponía con delicadeza y rapidez en nuestra gamela.
En este cuartel se comía mejor que en los restaurantes y la Remonta ayudaba mucho en el aprovisionamiento para nuestro sustento. Esto de hecho significaba un tremendo ahorro de los gastos del cuartel pero el Comandante nunca se aprovechó de esta circunstancia porque era de esos funcionarios raros en el país: honrado. Nos retribuía el ahorro con botellas de gaseosa, cenas navideñas con pavo asado, panetones y chocolate, chocolates, galletas y regalos. Nos dieron regalos cuando hicimos la Confirmación. Mi padrino fue el Teniente Rodríguez.
A la vuelta de mi casa hay una bodega cuyo nombre es, curiosamente, “La Remonta”. Me imagino que en su juventud el dueño quizás prestó servicio en este cuartel y por ese recuerdo le puso ese nombre a su tienda: La Remonta.