42 UN JUGUETE INESPERADO

            Tenía  6 años de edad, vivíamos en la primera cuadra de la calle Ricardo Palma, en la ciudad de Iquitos. A las 2 de la tarde con el sol cayendo a plomo sobre la ciudad, la calle estaba enteramente desierta.

            Ningún muchacho con quién jugar y mi hermano mayor, Raúl, no era precisamente un buen compañero para estar de a dos. Cuando jugábamos toda la patota del barrio estábamos juntos, de otra manera no.

            Salí a caminar por la calle, asoleada por la parte de mi casa, pero con sombra y fresca por el frente. Después de recorrer toda la cuadra, desde el almacén del caucho en la esquina de la calle Ramírez Hurtado, hasta el Polo Norte, un bar de antología en la esquina del jirón Lima. En los altos quedaba la Comandancia de la Guardia Civil. Hoy en día a la Guardia Civil le denominan Policía Nacional del Perú (PNP).

            De regreso me senté en el umbral de un portal al frente de mi casa. No vivía nadie allí, era parte del gran almacén del caucho.

            Continuamente, sobre todo por las mañanas, atracaban las balsas trayendo el caucho en el Puerto Bellavista, en la bajada de la Ricardo Palma. Los chaucheros (cargadores) subían las pesadas balas de caucho hasta el almacén donde eran pesadas en una enorme balanza romana y utilizaban una herramienta especial: una hoja muy afilada de metro y medio de largo con dos asas. La utilizaban dos hombres para cortar por la mitad las balas de caucho para ver que todo era caucho en su interior.

            Pero a esa hora estaba cerrado el almacén. Sentado en el umbral me fijé que a mi lado se encontraba un juguete. Un juguete extraño.

            Sumamente sorprendido de encontrar un juguete que nunca había visto. En nuestro barrio éramos muy pocos los niños que recibíamos regalos de tienda por Navidad y este juguete jamás lo había visto. Seguramente algún “gringo” pasó por el lugar y su pequeño lo dejó olvidado. Después es muy difícil que el niño pueda recordar donde lo dejó.

            Asumí, de hecho, que era un juguete traído de Estados Unidos porque era algo por demás ingenioso y, posiblemente, muy caro.

            Estuve sentado en el lugar durante una hora a la espera de que alguien viniera a preguntar por el juguete pero nadie se apareció.

            Tomé el juguete y me fui para mi casa. Durante los próximos días estuve a la escucha de si alguien preguntaba, pero nunca nadie se enteró. Nadie dijo nada.

            Era un barquito de metal, un barco arponero, tenía hélice, un piloto y un arpón unido a una cuerda. Le di cuerda (en esa época no existían los juguetes a pilas. Había pilas pero eran para linternas, muy necesarias para la selva) y lo puse en nuestra bandeja “shiringuera” de más de 1 metro de diámetro. El barquito arponero se desplazaba con un típico run run en círculos, de trecho en trecho se ponía de pie el piloto y lanzaba el arpón que estaba unido a una cuerda y mientras seguía su desplazamiento, la cuerda se metía en el interior hasta que el arpón volvía a su lugar y así hasta que se acaba la cuerda.

            Dos años tuve ese juguete y jugábamos con mi hermano mayor con un entusiasmo único y desbordante. Fue el único juguete que mi hermano no lo malogró.

            Fue el juguete más ingenioso que vi en toda mi vida, y lo tuve yo. Una suerte.

El botecito arponero: Un juguete inesperado

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