El Chic Parisién era un hotel ubicado en la primera cuadra de la calle Ramírez Hurtado, en Iquitos. Estaba junto a la Piscicultura.
No tenía ningún letrero con su nombre pero mi mamá me dijo que era un hotel y se llama El Chic Parisién. Quizás alguna vez tuvo un letrero y por eso lo conocían con ese nombre.
Tenía solo una entrada que estaba siempre abierta y jamás pasé de la entrada. Era un largo corredor, a la derecha era solamente pared y a la izquierda estaban las habitaciones cuyas puertas estaban siempre cerradas. No era un hotel como los demás que recibían pasajeros al día, tal como el Hotel de Turistas o el Hotel Perú ubicada en la segunda cuadra del jirón Lima, este hotel alquilaba las habitaciones por mes.
Los residentes eran en su mayoría jóvenes oficiales solteros de nuestro Ejército, su cuartel quedaba en la otra cuadra.
Varios años después de que me había alejado de este barrio siempre volvía cuando tenía necesidad de encontrarme con amigos. Éste fue el único lugar donde tuve amigos, pues los amigos los haces desde tu más tierna infancia. En lo otros lugares jamás me hice con nadie, o tal vez no había nadie que valga la pena.
En cierta oportunidad, era las 4 de la tarde, fui a mi antiguo barrio y me encontré con Lucho García Meléndez, Carlín Macedo y Esaú. Estaban sentados en la vereda, en mitad de la cuadra del malecón Tarapacá, mirando fijamente hacia el Chic Parisién. Lucho me explicó: estaban los tres sentados en la entrada de su casa y su cuñada, casada con su hermano Guillermo, salió a la puerta justo cuando pasaba una joven guapa, elegantemente vestida y zapatos de tacos. Ataviada más bien para un día de fiesta y no para pasear por el malecón o por la Ramírez Hurtado. Era amiga de su cuñada y se saludaron y abrazaron alegremente. La cuñada les presentó a su antigua amiga. Luego de lo cual la amiga se despidió y la cuñada ingresó al interior de su vivienda.
La amiga siguió su paseo y al llegar al Chic Parisién se detuvo, miró de reojo hacia atrás y vio a los tres zamarros que la miraban fijamente. La joven siguió su camino.
Ellos querían ver si la chica entraba o no al hotel. Fue así cómo los encontré, atentos al desarrollo de los acontecimientos.
La dama llegó hasta la calle San Martín y emprendió el regreso pero no se animó a entrar porque sus “nuevos amigos” estaban atentos a sus andanzas. Llegó hasta la Ricardo Palma, se detuvo un rato mirando a uno y otro lado de la calle y luego volvió a caminar hacia el hotel, pero tampoco entró porque se dio cuenta que la estaban observando fijamente.
A la tercera va la vencida es una frase usual por antonomasia. Nos habíamos dado cuenta que en cada parada miraba su reloj de pulsera y, quizás, ya se le hacía tarde. Desde la calle San Martín comenzó el regreso y al acercarse al Chic Parisién aceleró sus pasos y de un salto entró. Al parecer ya no le importó que la estuvieran mirando o tal vez le importaba más la reunión con el galán, tal vez el futuro Mariscal del Perú, nunca se sabe.
Pero los muchachos respiraron aliviados pues se habían cumplido sus suposiciones de que la chica tenía una cita con el destino en el Chic Parisién.
Yo, por mi parte, me despedí luego de esta emocionante aventura de suspenso y me fui a mi casa en la calle Tacna cuadra 4. Con el más firme convencimiento de que en todas partes hay chismosos, o, por lo menos, curiosos.
