Desde siempre, un personaje emblemático es “el chino de la esquina” en nuestra hermosa tierra de Iquitos. El personaje de nuestra infancia tenía su tienda en la esquina de la primera cuadra de la calle Ricardo Palma y se llamaba don Juan.
También lo era el chifa, restaurante de comida china al que generalmente acudíamos para celebrar. Había tres en la Plaza 28 de Julio y uno en la esquina de Arica con San Martín. Éste era el único que servía almuerzo los domingos. Los demás abrían todos los días solamente en las noches.
Cuando era adolescente salía a caminar y, de repente, al pasar por delante de un chifa entraba a degustar un plato de sopa wantán y arroz blanco. Era nada más que un antojo porque ya había cenado. Pero los mozos y mozas me atendían con agrado. No se acostumbraba dejar propina.
Cuando pasé a vivir en Lima pude darme cuenta de la brutal diferencia que existía entre los trabajadores del chifa en Iquitos y los de Lima.
Cuando pedía, solamente para darme gusto, un plato de sopa wantán y un arroz blanco, invariablemente, con tono de matón preguntaban:
- ¿Nada más?
- No. Nada más. ¿Por qué?
Se retiraban malhumorados, como si los hubiera ofendido. Un amigo me explicó que en Lima se acostumbra dejar propina incluida en la cuenta equivalente al 10 por ciento del consumo y al pedir “tan poco”, poca sería también la propina.
Pero me importaba un comino que significara muy poco para el malcriado, pero dejé de acudir al chifa para darme gusto.
Quienes han leído mi libro “Nuestro Amor”, se habrán dado cuenta que mi, entonces, enamorada es fanática del pollo a la brasa y yo gusto mucho del chifa. Es así que los martes salíamos a cenar pollo a la brasa y los jueves cenábamos chifa.
Nuestras hijas han crecido pues bajo la influencia del pollo a la brasa y el chifa, y felizmente gustan de ambos alimentos.
Cuando vivíamos en la cuadra 3 de la Av. Manco Cápac, acudíamos a un chifa de la cuadra 5 para llevar. Judith, como es conversadora y confianzuda, le hablaba al chino cocinero. Le dijo una vez:
- Es fácil preparar chifa.
- ¿A ver, cuántas cosas he puesto en sartén?
- Cinco cosas.
- ¿Ya ve? No ha visto. Siete cosas he puesto en sartén.
En realidad parece magia lo que hace el chino en una cocina de fuego alto, con cerca de una docena de recipientes con condimentos a su alrededor. Y prepara al instante uno y otro plato suculento. El chino nos tomó confianza. En cierta oportunidad se sinceró con nosotros:
- Ahora ya tranquilo y contento. Mi hijo ya se ha graduado en la universidad en Estados Unidos.
- ¿Y en qué se ha graduado tu hijo?
- ¡Cocina pé!
Esto solamente nos grafica la seriedad con que los chinos toman la profesión de la cocina, tanto que lo estudian en una universidad.