Estábamos en Lima disfrutando de nuestra Luna de Miel extendida porque estaba realizando Prácticas Preprofesionales en la Fábrica de aceite Copsa y, además, mi esposa es Maestra; y ya se sabe que en aquellos tiempos los Maestros de Primaria tenían tres meses de vacaciones, de enero a marzo.
Mi cuñada Flora residía en la “novísima” urbanización Vista Alegre. Tenía una empleada que trajimos de Iquitos, quien, para variar, tenía un hijo pequeño que ya estaba en edad de aprender a andar.
Flora nos dijo que su madrina Encarnación vivía en el distrito de Villa María del Triunfo y ella le había dicho que tenían en su casa un andador que no lo usaban y le podía regalar. Nos encargó traerlo para que la muchacha pueda trabajar más tranquila sin tener que estar cargando todo el tiempo a su llullo (modismo amazónico para denominar a un niño pequeño).
Fuimos a visitar a la madrina. Es común en nuestra selva amazónica llamar madrina a la madrina de alguno de los miembros de la familia, todos la llamamos así.
La madrina Encarnación nos recibió encantada y nos contó la reciente pérdida de su huinsho (modismo de nuestra tierra para señalar al último hijo) de 15 años de edad.
Nos contaba emocionada mientras su esposo, un policía curtido, dejaba deslizar por su rostro gruesas lágrimas de dolor. Él lloraba en silencio pero ella estaba feliz y contenta.
Nos dijo que su joven hijo comenzó a presentar los estigmas de Cristo, heridas en las manos y el costado que no cerraban, por lo cual fue internado en el Hospital de Policía que está ubicado en el distrito de Jesús María.
Luego de un mes de internamiento su hijo le llamó emocionado a su madre:
- ¡Mamá, mamá, me viene a llevar! Me viene a llevar la Virgen María.
- Vete hijo mío – le dijo con voz fuerte la mamá – vete de este mundo cochino.
Murió el adolescente en los brazos de su madre, al igual que Jesús. Es imposible comprender la alegría de una madre creyente y llena de fe porque su hijo iba de frente al Cielo. Es, también, imposible no emocionarse con esta historia narrada por la propia mamá y ver el arrobamiento y alegría con que lo decía.
Ya dije que el papá lloraba en silencio, pero al terminar de contarlo su mujer, ya no pudo permanecer en silencio y sollozó. Nos abrazamos los cuatro y, como dije, estábamos emocionados y lloramos los nuevos esposos. Llorábamos los tres y nos alegramos por la alegría de la madrina Encarnación.
Esta es una historia increíble y verídica. Nunca antes y nunca después hemos visto algo parecido pues la muerte siempre llama al dolor.