En una zona alejada del centro de la ciudad de Iquitos, en medio monte, está la maloca del curandero o ayahuasquero.
El ayahuasca es una planta tipo enredadera de sogas largas, precisamente su nombre proviene de dos vocablos de origen quechua: aya = muerto, y, huasca = soga. Es decir “la soga del muerto”. Quizás debemos entender que muerto se refiere al espíritu o al alma.
Combinado con otra planta en un cocimiento prolongado da lugar a un bebedizo de efectos alucinógenos. Depende de la cantidad administrada para que se produzca una mareación suave o una muy intensa. Dicen que quienes se van a burlar del brujo y sus icaradas son los más perjudicados pues les dan la dosis más fuerte.
La maloca es una choza de palos con techo de palma, rodeado de un surco de un metro de profundidad por donde circula agua. Este surco tiene por finalidad evitar la presencia de espíritus malvados que pueden entorpecer la sesión.
Las personas acuden por tres razones: para beber el ayahuasca con la intención de “averiguar” algo que les ha ocurrido, para consultar por una enfermedad, y, finalmente, solamente por curiosidad para saber qué es lo que se puede esperar de esta sesión.
Nuestros amigos Carmen Amaya, Alex Ruiz y Alicia Amaya asistían con frecuencia, por lo que estaban familiarizados. Con ellos iba una chica, María, que vivía con ellos. Fue Alicia quien insistió para llevar a mi esposa embarazada con casi tres meses de hiperémesis gravídica. Maria Judith no podía tomar ningún alimento, ni siquiera podía tomar agua. Todo lo vomitaba.
Un esposo preocupado por la salud de su amada es capaz de agarrarse de un clavo ardiendo para ayudarla. De manera que acepté ir donde el ayahuasquero llevando a Judith para que la cure.
Luego del rito inicial, viene la tomada. El brujo llama a quienes van a tomar, se ponen en fila y les va dando a cada uno un recipiente pequeño con el ayahuasca que deben tomarlo allí mismo. María y Alex tomaron. Luego de beberlo se retiran cada uno a un rincón donde pasan su mareación. Cada uno cuenta después lo que vieron en respuesta a sus inquietudes. En verdad son alucinaciones.
Luego llega la etapa de la curación. Pero el brujo no tenía ni idea de que exista la hiperémesis gravídica que le impide a la mujer embarazada tomar alimentos, de manera que no tenía ningún remedio para nuestro caso.
Todos los asistentes deben llevar un frasco de Agua Florida de Murray & Lanman y de rato en rato el brujo dice durante el rito inicial:
- Pásense.
Es decir, que se apliquen el Agua Florida por los brazos y la cara. El Agua Florida es la versión americana del Eau de Cologne francés. Es decir es un agua perfumada que en toda casa de Iquitos siempre había un frasco, muy útil en caso de mareos y vómitos. Pero, en este caso la indicación era para protegernos de los malos espíritus.
Al mismo tiempo, la mujer del brujo se pasea por el exterior de la maloca fumando su ciricaipe (cigarro original de la Selva, puro tabaco y hecho a mano). De vez en cuando sopla el humo a una luciérnaga que pasaba por ahí y la pisa, diciendo que ha hecho huir al demonio.
Jorge Barreyro contó que, como era un gracioso, sus chistes no fueron del agrado del brujo y le dio una dosis fuerte. Lo prudente es, luego de tomar, arrimarse a la cerca y esperar que pase la mareación. Pero él no hizo caso, cogió su Jeep y se fue. Al llegar a San Juan tuvo un acceso violento y estrelló su carro. Por eso no quiso ir más donde el ayahuasquero por la mala experiencia.
Cuando hizo crisis, internamos a Judith en el Hospital Iquitos donde la tenían con suero día y noche. Justo al llegar al día 91 de gestación, se sentó en la cama y dijo las palabras más alucinantes de la historia:
- Tengo hambre.
Corrí a buscar afuera del hospital para comprar algo de comer pues había estado tres meses sin probar bocado. A partir de ahí fue un embarazo completamente normal, tan normal que dio a luz mellizas.
