La mascarilla o tapabocas se ha convertido en un artículo de primera necesidad y, si bien es cierto que muchas empresas han reculado y algunas han desaparecido del mapa, muchas otras han sido creadas a la sombra de la pandemia que está asolando el mundo.
La industria de la mascarilla está siempre boyante pues todos los países, atendiendo las recomendaciones de la OMS, han establecido la obligación de usarla, a la par de algunas otras recomendaciones como la “Susana Distancia” o taparse la nariz con el ángulo del codo al estornudar.
Pero mientras estas disposiciones no cuestan dinero sino solamente actitud y obediencia, el asunto de la mascarilla es por demás onerosa, lo mismo que el uso de “escafandra” o protector facial.
Ahora en el Perú estamos en la etapa de tener que usar doble mascarilla y no sabemos si alguna vez el gobierno se toma el trabajo de revisar la situación médica y estadística para determinar o siquiera calcular cuando dejará de ser obligatorio su uso.
Lavarse las manos no fue ningún invento y en la mayoría de hogares y centros laborales se ha venido usando desde antes que inventaran el virus. Según el Psicólogo de Backus, los Ingenieros Químicos todo el tiempo estamos lavándonos las manos y eso nos caracteriza pues desde el inicio del estudio de nuestra carrera trabajamos con reactivos venenosos, de manera que cuando vamos a tomar un alimento, primero nos lavamos las manos.
Si a eso le sumas el estar casado con una Maestra responsable que enseña todo el tiempo a sus alumnos a lavarse las manos, no cabe duda que sus hijos son los mejores alumnos pues siempre hacen lo que ven a sus padres.
Nuestra pequeña nieta, Ainhoa, tiene cuatro años de edad y a muy temprana edad ha sido inculcado en el lavado de las manos, la distancia social y, sobre todo, el uso inveterado de la mascarilla.
Todas las veces que sus padres la han sacado a tomar aire por los alrededores del parque le han puesto la mascarilla y le han explicado por qué es que deben ponérselo todos.
Ella ha interiorizado tanto esta recomendación que no le incomoda y se somete con serenidad a su uso.
Lo ha interiorizado tanto que el otro día salían a pasear, cerraron la puerta de la casa y antes de llegar a la reja de la Quinta, Ainhoa se detuvo y pegó un grito:
- ¡Mascarilla!
Sus padres, pese a estar acostumbrados a cumplir todas las reglas sanitarias, estaban olvidando ponerle la mascarilla en la cara.
Pero, para eso educamos a nuestros hijos puesto que ellos nos van a reclamar si fallamos en algo.
Regresaron de inmediato a ponerle la mascarilla en medio de risas, risas nerviosas, pues son de lo más estrictos en el cumplimiento de estas reglas pues están seguros que nos van a mantener a salvo. Y la bebe se los hizo recordar para que nunca más se olviden.