Pedro, mi yerno, trajo el jugo de frutas especial que él mismo prepara para toda la familia. Dejé mi trabajo en la computadora y fui a nuestra habitación para darle de tomar su jugo de frutas y su miel de abejas, excelente reconstituyente, pero encontré a mi amada esposa fallecida.
Su frente estaba tibia, su rostro estaba tibio, pero no respiraba. Tomé un espejito que guardo en mi velador y lo uso para ponerme gotas en los ojos, para observar si había vaho en su boca.
Maria Judith Alva Rivera de Suárez había fallecido. Besé su frente y sus labios aún tibios y fui a avisar a nuestra hija.
Charito ha convertido su habitación en su oficina donde realiza todas sus operaciones de asesoría, entrenamiento, evaluación y entrevistas empresariales, y, por ello ha colocado un aviso en la puerta:
VIDEOCONFERENCIA DE TRABAJO
NO ENTRAR
Urgencias enviar mensajes
De modo que ingresé, me hizo la señal de no interrumpir por lo que escuetamente le dije:
- Mamá falleció.
Fui a nuestra habitación para acompañar al amor de mi vida. Charito vino de inmediato y se dio cuenta que la mamá nos había dejado solos. Charito me dijo:
- Papá, ¿cómo estás?
- Estoy bien, es mi mujer. Estoy bien. Ella nunca dejó de ser mi mujer. Avisa a tus hermanas.
Quizás estuve brusco con mi hijita, pero estaba molesto. Molesto conmigo mismo porque no había sido capaz de cuidar mejor a su mamá. Tal vez algún día me perdone mi pequeña.
Mi esposa estaba bien arropada, yo trataba de cerrarle los ojos y la boca. Le dije a mi hija:
- Hay que avisar al Padomi, tiene que venir un médico para certificar el fallecimiento y nos entregue el Certificado de Defunción. Sin ese documento no nos van a atender en el Cafae-Se.
Toda la familia estamos inscritos en el Seguro de Sepelio del Cafae-Se. A nuestro modo de ver, es la institución que tiene el mejor edificio de velatorios de todo Lima.
Del Padomi informaron que el médico vendría recién en la tarde y si teníamos computadora conectada a Internet e impresora.
Llegaron nuestras hijas a despedirse de su adorada mamá en cuerpo presente. El médico y su asistenta llegaron al final de la tarde. Le manifesté al doctor:
- A las ocho de la mañana, como todos los días, la desperté, cambié pañal, le hice su aseo personal y le di su desayuno. Todo estuvo normal. A las once mi yerno trajo el jugo de frutas. Cuando vine a servirla ya estaba fallecida. De manera que podemos establecer que fue a las once la hora del fallecimiento.
Los profesionales estuvieron de acuerdo. Luego el médico se sentó en la computadora e ingresó en una página que ellos conocen y llenó el Certificado de Defunción. Se imprimió el documento.
Con el Certificado de Defunción fuimos al Velatorio del Cafae-Se en la Av. Petit Thouars. Pero el vigilante nos dijo que solamente una persona podía ingresar para realizar los trámites: La hija mayor, Luisa, ingresó. Nosotros esperamos afuera.
El trámite duró bastante tiempo. Una hora después Luisa salió para informarnos:
- Todo el tiempo estoy firmando y firmando, pero ya todo está listo. Para enterrarla en el Cementerio de Mapfre no tendríamos que pagar nada, pero si la vamos a enterrar donde hemos acordado, El Parque del Recuerdo de Lurín, tenemos que pagar como tres mil soles. Tú Charito vas a firmar el aval, así les dije. Ahora me van a llevar para escoger el ataúd.
Charito le dijo:
- Lo que tú escojas estará bien para nosotros.
Cuando salió Luisa nos dijo que tenemos que ir a la casa, en un momento irá una unidad del Velatorio a recoger a mamá. Desde que empezó la pandemia ellos ya no visten al difunto. Tenemos que vestirla nosotros.
De inmediato fuimos a la casa y le dije a Charito que yo subo para vestir a mamá. Todo el día había preparado su atuendo para este momento y estaba sobre mi cama. Charito me explicó:
- Papá, mamá ya está vestida. Las chicas la vistieron mientras estábamos haciendo las gestiones.
Recién al día siguiente pudimos comenzar a velarla. En mi mente retumbaban los versos de don Gustavo Adolfo Becquer, Rima LXXIII:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos
El Velatorio es un lugar amplio y muy sobrio. Es un ambiente muy lindo que pronto comenzó a llenarse de flores y de familiares y amigos. Yo estaba sorprendido.
Solamente 10 personas pueden ingresar dejando en la vigilancia su DNI para controlar el aforo. Charito tuvo que salir con sus amigos para dejar que las demás personas pudieran entrar. Hasta pasadas las ocho de la noche seguían llegando los amigos.
Al día siguiente, viernes 24 a las nueve de la mañana partimos al camposanto Parque del Recuerdo de Lurín.
Sentados bajo un bonito toldo asistimos al oficio que realizó un sacerdote. En un momento dado, cuando comenzaban a descender el ataúd, interrumpí al sacerdote para cantarle a mi amada una canción que siempre nos gustó: Hoy he vuelto Madre a recordar.
Me salía del alma y era el homenaje que yo quería hacer a esa gran mujer que fue la compañera de mi vida:
Hoy he vuelto, Madre, a recordar
cuántas cosas dije ante tu altar.
Y al rezarte puedo comprender
que una Madre no se cansa de esperar.
Mi amada esposa se ha ido pero su recuerdo permanecerá en nuestros hijos y nietas y en mi corazón por siempre.
Los que nos aman nunca nos dejan y siempre los podemos encontrar allí donde están guardados en nuestro corazón.