LA SEPARACIÓN

            Se entiende, en términos generales, al acto y consecuencia de separar o de ser separado.

            Se conoce desde los primeros años de nuestra vida cuando la mamá trabaja y siendo aún pequeños quizás no llegamos a comprender del todo por qué nuestra mamá no está siempre con nosotros. Pero, luego, al regresar lo primero que hace nuestra madre es correr a nuestro encuentro para ver cómo está su tesorito.

            El niño se acostumbra a esta separación por un tiempo más bien breve pero que puede parecernos interminable.

            La segunda separación es cuando nos toca ir al colegio. Esta separación puede ser traumática y es por eso que el primer día de clases la entrada del colegio es un llorerío (neologismo por lloriqueo) que luego es transformado en un nuevo aprendizaje porque es lo que va a ocurrir durante el resto de su vida, así como el conocimiento de compañeros de clase y, sobre todo, de la todopoderosa maestra a quien en los tiempos actuales se denomina la Miss.

            Pero son separaciones que se dan por un breve tiempo cada día y resulta después hasta agradable.

            Pero nadie nos prepara para cuando nuestra hija se casa y se va a vivir con su flamante esposo a otra casa. Cuando nuestra hija se casa es todo alegría y satisfacción y festejamos de lo lindo porque, al fin y al cabo es lo que todo padre desea, que sus hijos se casen y formen un nuevo hogar. Toda la enseñanza de vida que les proporcionamos tenía esa finalidad.

            Pero en la soledad de nuestra casa ya la cosa no es tan bonita. No nos damos cuenta y parecemos satisfechos con lo ocurrido. Reanudamos nuestra vida, según nosotros, sin novedad.

            Cuando se casó nuestra hija Claudia con Jorge, festejamos muy alegres sus padres y contentos la dejamos en su nuevo hogar. Estamos felices.

            Pero al día siguiente, como todos los días, comencé a poner la mesa para almorzar, los platos cubiertos y vasos, a cada uno en su sitio: Papá, mamá, Rocío, Luisa y…

            Me quedé con el plato en el aire sin saber qué hacer, el corazón se me encogió. Mi esposa, quien todo sabía sobre mí, se dio cuenta, me abrazó, me dio un beso y me dijo suavemente:

  • Poco a poco, papito.

            Si estaba feliz con su matrimonio ¿por qué me dio pena cuando ya no estaba en nuestra mesa? Solo el contar con mi amable esposa me hizo calmar, ella sabía cómo.

            Quizás por esta razón es que nuestras hijas dieron en venir todos los sábados para almorzar en familia y así todos juntos pasarla bien. Una alegría y tranquilidad.

            Mi amada esposa cayó víctima del terrible Mal de Alzheimer. Una enfermedad que destruye el cerebro y todos los recuerdos y va ocurriendo pasito a paso.

            La llevaba al Neurólogo en el Hospital Ancije y durante todo el viaje le decía su nombre y el día en que estábamos. Al médico le respondía con toda exactitud, pero, médico al fin, me preguntaba:

  • ¿Usted le dijo, verdad?
  • Durante todo el camino he venido diciéndole eso.

            Durante cinco años la sacaba a pasear en silla de ruedas, íbamos al Mercado o al Supermercado o simplemente a pasear por los parques a comer algunas golosinas o a tomar helados, se los daba en la boca.

            Cuando vino el Psiquiatra de Padomi a evaluarla en la casa le contestó de corrido:

  • Señora ¿Cómo se llama usted?
  • ¿Yo? Yo me llamo Maria Judith Alva Rivera de Suárez.

            El doctor, sospechando que yo le había enseñado, siguió con el interrogatorio:

  • ¿Quién es ese señor que está a su lado?

            Judith me miró de arriba abajo y muy suelta de huesos respondió:

  • Él es el que siempre está ahí.

            Y es que las mujeres siempre tienen una respuesta para todo, de manera que no me extrañó lo que contestó.

            Como dije, durante cinco años tuvimos esa vida, pero luego empeoró, ya no podía levantarse de la cama. Quedó postrada totalmente, y entonces toda la atención fue en la cama. Nuestras hijas le compraron una cama clínica para hacerla sentar para su aseo y brindarle sus alimentos.

            Nuestra nieta Ainhoa la conoció en la cama y pugnaba por subirse a la cama y estar junto a su abuelita y después de ducharse venía para mostrarme el juguete con el que se había bañado. Al instante mi amada esposa abría los ojos y paraba la oreja: sabía que la pequeña había entrado a la habitación y se sentía feliz.

            Pero el 22 de setiembre su luz se apagó para siempre. ¿Cómo hago Dios mío con esta separación? Ella era quien me consolaba ¿Cómo puedo consolarme ahora?

            Creo en Dios y creo en la Vida Eterna, pero ¿Cómo puedo vivir sin ella? Ella era quién me daba fuerzas y me llevaba por la vida como la Maestra que era

            Están nuestras hijas con su familia y siempre hemos sabido que nos aman, pero ella era mi esposa. Dios dame fuerza para cuidar su memoria que está viva en nuestras hijas y nietas.

¡Adiós amada esposa, te recordaré toda mi vida!

Siempre juntos y de la mano

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