Desde que tengo memoria, vivía en Iquitos un señor que era mudo. Le llamaban Neto, posiblemente sea el apócope familiar de Ernesto, no lo sé. En realidad sé muy poco de él.
Estatura mediana, bigotes tipo bayuca, que parecía un cepillo debajo de la nariz. Andaba siempre con ropa caqui como si hubiera sido militar y botas de cuero. Colgaba del hombro una caja de madera para lustrar zapatos.
Porque era lustrador de zapatos, ambulante. En la esquina de la Plaza de Armas, al pie de la Casa Fortes (la Casa de Fierro) existía un puesto de lustrar zapatos con asientos acojinados.
Pero Neto recorría toda la Plaza ofreciendo sus servicios, y no eran pocos los que lo llamaban porque trabajaba sin hablar. Neto era en aquellos tiempos el único lustrabotas ambulante.
Le decían “Neto” y él contestaba siempre con una sonrisa; y todo el tiempo era así sonriente.
Los muchachos mataperros lo buscaban para fastidiarlo, y vaya que lo lograban en gran medida.
Le llamaban “Neto” y cuando volteaba hacia ellos le hacían un gesto con la mano. Nunca supe qué significaba pero era el clásico gesto de los cuernos: el puño cerrado con los dedos índice y meñique extendidos.
Neto los seguía a la carrera, sosteniendo con una mano el cajón de lustrador, y bufando porque no podía hablar. Posiblemente con cada bufido los maldecía y si los agarraba los iba a estropear, pero nunca vi que los alcanzara. Los muchachos, sin lastre encima, corrían más rápido.
Yo solamente asistía sorprendido a este evento de majaderías de los muchachos y la furia descontrolada de Neto por el gesto que le hacían los malcriados.
Pero en mi interior pensaba que se tiene que ser muy valiente para provocar a un adulto a ese nivel de furia.
Costumbres de mi tierra.