La empleada en la casa, Rosa, tenía un hijo de 4 años cuya característica sobresaliente era el sobrepeso que le hacía gordito por lo cual en la casa le apodaban Buda.
Otro aspecto que me intrigaba es que no hablaba. Nunca decía nada, en la edad en que los niños, aunque sea en media lengua hablan de todo.
Le pregunté a su mamá y ella me contestó de manera atrevida:
- Si tú también has demorado en hablar. Me lo dijo tu papá.
Quedé intrigado. Recordaba que hablaba mal; a los seis años decía tasa en vez de casa, pero no tenía memoria de lo que estaba diciendo Rosa.
Le pregunté a mi papá y él me confirmó.
- Sí, pues, has demorado en hablar.
Estaba más bien molesto porque otras personas se enteraban de cosas que yo no sabía, o, por lo menos, no recordaba.
Entonces no insistí con su mamá puesto que mi intención había sido ayudarla para que su hijo pudiera hablar. A veces resulta contraproducente querer ayudar, es decir: ningún adulón sale con bendición.
De todas maneras no duré mucho en mi casa porque me casé y fui a vivir con mi esposa y me olvidé del asunto. Pero queda en mi memoria que yo demoré en hablar, pero una vez que empecé ya no me detuve.
