“Estoy Bristol” es una locución típicamente loretana, que significa simplemente que tengo el cabello muy crecido y debo ir a la peluquería. Es tomado de la imagen del Almanaque Bristol que regalaban todos los años en la Botica la Loretana en la cuadra 3 del Jirón Lima (ahora Próspero) de Iquitos, el señor de la imagen tenía el cabello crecido y parecía necesitar ir con urgencia al peluquero. La verdad es que solamente cuando estaba Bristol iba al peluquero, una vez por mes.
Ya dije antes que los niños de mi época solamente teníamos dos opciones: estilo boxeador o estilo caballito. Prefería el boxeador, pelo bien corto, a llevar un copete como crin de caballo.
Cada mes íbamos donde los señores Montero en la segunda cuadra de la calle San Martín en Iquitos. Tanto el esposo como la esposa eran peluqueros y nos cortaba el pelo cualquiera de los dos.
Cuando tenían fiesta, mi mamá iba donde la señora Moncada en la segunda cuadra de la calle Raimondi. La fiesta era de “rompe y raja” en el aniversario de la Sociedad de Empleados del Ramo de Guerra, en la primera cuadra de la calle Brasil. Después se pasarían a su propio local en la cuadra cuatro de la calle Sargento Lores.
Crecí con la idea fija que el cabello debían cortarme hombres, con la excepción, claro está, de la señora Montero.
Cuando pasamos a vivir en la calle Tacna cuadra cuatro, había una peluquería. Llevé a mi hermano Enrique para que le corten el pelo. El peluquero me preguntó si le cortaba bajo o alto. Era algo que no conocía y no supe que contestar. Por parecerme que el corte bajo se refería a pelo bien corto, le dije: Bajo.
El peluquero me explicó que en el corte bajo solamente le pelan la parte de la nuca y las patillas y el resto queda igual. De ninguna manera, le dije, corte alto, y bien corto.
Cuando me tocó ir a cortarme el pelo me preguntó cómo lo quería, le dije sin titubear: corte alto y raya a la izquierda.
El peluquero me dijo: entonces corte a lo John F. Kennedy. Efectivamente, como antiguo militar John tiene ese corte de pelo. Fue héroe de la Segunda Guerra Mundial.
Cuando me casé, al frente de mi casa en la Julio C. Arana cuadra tres, ahora es Nauta, había un peluquero, a la vuelta en la Fizcarrald estaba la peluquería El Faro del papá de Estelita, colega de mi amada esposa, y a la espalda, en la Pevas otra peluquería cuya historia lo cuento en el Libro En nuestra Selva.
Pero ya Kennedy estaba pasado de moda y nadie lo recordaba, por lo cual pedía siempre corte alto.
Cuando vinimos a vivir en Lima, durante nuestra estancia en la Plaza Manco Cápac en La Victoria, acudía a una peluquería de hombres en la cuadra 4 de la avenida Manco Cápac. Luego pasamos a vivir en Pueblo Libre, un mundo nuevo y todo por descubrir. Busqué una peluquería de hombres y la encontré a la vuelta de mi casa. Quedaba en la cuadra 6 de la calle Andalucía. Un peluquero ya de edad. Mi corte de pelo es simple y no necesité nunca nada especial.
Pero, la última vez que fui, el señor estaba borracho y el corte de pelo fue una experiencia de cuentos de terror. Nunca más fui.
Por exigencias del colegio de mi nieta Andrea, sus padres se tuvieron que casar por la iglesia. El Colegio San José de Cluny es de las monjas y son muy rígidas con este tema. Como yo tenía que llevar a Claudita al altar, busqué una peluquería aparente. En la esquina de Andalucía con Pedro Murillo queda el Salón José. Le explique a José para qué necesitaba sus servicios y me hizo un trabajo muy profesional, con unos sprays que me aseguró que no me iba a despeinar y, sobre todo, ocultando la incipiente calvicie. Quedé muy satisfecho.
Luego pusieron un spa en Andalucía con Leonidas Yerovi, administrado por un señor que cobraba y entregaba la boleta, pero todo el personal era femenino. Primero escogí a Carmen.
Una vez fui al Policlínico de Backus para ser atendido por el otorrinolaringólogo, que nombre tan largo y tan feo. El médico me llamó la atención, me riñó porque mis oídos tienen mucho pelo. Nunca me había fijado en ello y los especialistas jamás me habían comentado nada. Me dijo:
- Dígale a su peluquera que le corte los pelos del oído.
Mi amada esposa, Judith Alva, también me reñía porque mi nariz tiene muchos pelos. Ella cogía las tijeras y los recortaba, pero me decía:
- Se ve feo que un caballero todo elegante tenga pelos sobresaliendo en la nariz.
También, en cierta oportunidad sentí molestias en los ojos, cuando me miré en el espejo del baño vi que mis cejas habían crecido exageradamente y doblándose se metían en mis ojos.
De resultas de todos esto le digo a mi peluquera:
- Corte de pelo alto con máquina eléctrica, me recorta las cejas, los pelos de la nariz y los oídos.
Lo hacen a cabalidad, lo malo es que la peluquera solamente duraba tres meses. Cuando acudía a buscarla me informaban que se había retirado para poner su propio salón.
Escogí luego a Amelia, con las mismas indicaciones e igual satisfacción. Tres meses después ya no estaba.
Escogí entonces a otra joven que me dijo:
- A usted se le conoce aquí como el señor que viene con las patillas desiguales.
Como no veo bien es posible que fuera cierto y no me corto con regla para medir el largo de mis patillas. Pero nunca más acudí a este salón.
Como tenía que llevar a mi amada esposa para que le hagan el corte de pelo, las manos y los pies, acudía donde nuestra paisana de Iquitos Teresa Torres, su salón queda en la Galería Popi en la cuadra 7 de la calle Andalucía y aprovechaba para yo también hacerme el corte de pelo, con las indicaciones ya especificadas, y la podología. A cierta edad ya no es posible ser autosuficiente.
El problema con Teresa era que tenía que cuidar a su pequeño nieto y salía a recogerlo del nido dejando en outside a Judith. Se demoraba media hora pero las personas aquejadas del Mal de Alzheimer no tienen paciencia, cuando regresaba, Judith ya estaba alterada y seguía alterada todo el día. Por ello dejamos de ir donde Teresa.
Nos acogimos al Spa Nicoll en Leonidas Yerovi, a la espalda de la casa. Le expliqué el problema de mi esposa a quien debían atender de un solo tirón porque se altera si se demoran. También me atendían a mí, en momento diferente, se entiende.
Tres meses sin salir a la calle por el Covid, estaba en verdad Bristol. Por fin, abrió el Spa Nicoll, pero mi amada esposa ya no puede salir. A ella ahora la atienden personas de la amistad de Charito en su cama. Yo sigo atendiéndome con Nicoll.