329 QUÉ COINCIDENCIA

            Cuando vivimos en la calle Sargento Lores, esquina con la calle Bolognesi, en Iquitos, la casa era doble, es decir, eran dos casas gemelas, lo cual evidencia que eran del mismo dueño. La sala, dormitorio y cocina estaban divididos por tabiques de madera delgada, aún no se había inventado el triplay, que solamente tenía dos metros y medio de alto. La huerta estaba dividida solamente hasta la mitad, luego el resto de la huerta era común. Tan común que los vecinos tenían allí a un chancho. Pero también había un frondoso pan de árbol siempre cargado de frutos.

            Era un árbol de 20 metros de altura y cuando caía el fruto maduro se reventaba al chocar con el suelo con gran estrépito que nos alertaba a los Suárez, los vecinos y el chancho. Quien llegaba primero se adueñaba del fruto, muchas veces nos ganó el chancho pero pocas veces los vecinos, que el pandisho es sumamente agradable y, en este caso, gratis.

            El vecino era carpintero y hacía cachuelos, tenía un hijo de la edad de mi hermano Raúl, llamado Eduardo y una hija señorita muy guapa y muy bien vestida, maquillada,  perfumada y alhajada, que no se condecía con la economía de su familia. Esto siempre me sorprendía.

            Cuando la chica viajó a Huánuco y regresó cargada con cajones de fruta, hice una pregunta muda a mi mamá con la cabeza y las manos, como queriendo decir ¿cómo puede viajar y pasear si no tienen con qué? Mi madre lo resumió de una manera muy corta: es puta.

            Con Eduardo acudíamos, él y yo, al “Pastoral”. Todo diciembre ensayábamos para salir de “pastores”  en el Pastoral de la familia Papa, en la calle Tambo cuadra 8. Nos presentábamos para Navidad, Año Nuevo y Reyes Magos. Un día de lluvia caminábamos por la Sargento Lores, carretera de tierra y casi no se veía la pista, Eduardo pisó un clavo oxidado. Siempre andábamos descalzos. No se curó y la herida se infectó. Nunca avisó.

            La herida se gangrenó y Eduardo se quejaba lastimeramente día y noche. Cuando llamaron al doctor Garayar, famoso médico que vivía en la sargento Lores cuadra cuatro, ya era tarde. Justo ese día estaba enfermo del estómago mi hermano Raúl. Como vimos al doctor Garayar, le llamamos para que viera a mi hermano. Nos dijo, “su hermano se va a sanar, pero el otro joven, no”. A los dos días falleció Eduardo.

            Esa noche en el velorio, todos estábamos tristes, era nuestro amigo y era buena gente. Todos estábamos tristes, menos su hermana mayor, la señorita. Ella se lucía como si estuviera en un sarao, mostrando su mejor sonrisa. Era linda, pero Dios no le dio prudencia. Le escuché comentar a sus “amigos”:

  • ¡Qué coincidencia! Acabándome de rizar y muriendo mi hermano ¡Qué coincidencia!

            Jamás había escuchado palabras más vanas, vacías totalmente de sentimientos.

            Es triste cuando la persona que amas no siente pena cuando te has muerto. Eduardo era muy bueno y estoy seguro que el Señor lo tiene a su lado. Bendícelo Señor y bendícenos a todos nosotros también.

Una joven rizada

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