Cuando comencé a trabajar en la Cervecería Backus, en el Departamento de Control de Calidad, la Ingeniera Juana Bedoya, arequipeña, me informó que allí había estado antes un Practicante “Charapa” que un día le había pedido “señora ¿tiene papel de la primera copia?” y se mataba de risa al contarlo, al igual que los otros colegas presentes. Les parecía muy gracioso que un joven loretano les había pedido un papel de una manera que nunca en su vida escucharon y les causaba risa porque asumían de hecho que en nuestro Loreto las personas eran incultas y por eso se expresaban raro. Debo aclarar que eran tiempos de máquina de escribir y los papeles que mencionamos se refieren a este útil indispensable en todo centro de trabajo. No existían computadoras.
Por esa razón, con toda calma, le expliqué “las personas cultas y educadas cuando van a la librería a comprar papel lo piden por su verdadero nombre: Papel de Primera copia, es lo que ustedes llaman Papel Bond, Papel de Segunda copia, ustedes le llaman Papel Copia y el Papel de Tercera Copia es el llamado Papel Periódico o Papel Bulky”. Dejaron de reír y entendieron que acababan de recibir un “café” con azucarero y todo. Nunca más mencionaron el “chiste” porque se dieron cuenta que no era gracioso. Y la denominación ordinal se refiere al orden en que se colocaban los papeles en la máquina para escribir los documentos, intercalando entre ellos el papel carbón.
Apenas se enteran que uno es loretano comienzan a repetir automáticamente la lista de palabras que utilizan para burlarse de nosotros:
Del agua su duro (hielo)
Del cine su hijito (televisión)
De su pecho su atrás (espalda)
Y no salen de eso. Les gusta decirnos “charapa” para empezar a burlarse, así sean “churres” (Piura), “characatos” (Arequipa), “huancas” (Huancayo), “huaris” (Ancash), “mochicas – chimús” (Trujillo), “morochucos” (Ayacucho), “nazqueños – paraqueños – chinchanos” (Ica) o “tiahuanacos” (Puno). Es decir, que cada pueblo tiene sus cosas y también podemos burlarnos, pero por encima de todo prima nuestra buena educación y sabemos mantener la compostura.
Como notación aparte diré que los camanejos ahora quieren llamarse camanienses por aquello que dijo don Ricardo Palma “soy camanejo y no cejo” y los lamistos desean que se les diga lameños porque piensan que lamisto es despectivo.
Al Ingeniero Usurín le llamé la atención en cierta oportunidad porque se puso a repetir la retahíla de “loretanismos”: Nunca sales de eso, ya tenemos diez años trabajando juntos y no se te ocurre ninguna cosa nueva. Me has escuchado hablar todos estos años y solamente esas frases sabes decir ¿no eres Ingeniero? ¿No tienes capacidad? ¿No puedes decir nada ingenioso?
Con eso dejó de molestar.
En la Sección de Cocimiento trabajaba un joven de Tarapoto, también le decían “charapa” aunque no sea loretano porque nadie que no sea loretano sabe ni siquiera donde queda Loreto ni donde queda Tarapoto. A este joven le molestaba cuando decían que “los charapas hablan al revés”. Se amoscó y les dijo “¿A ver explícame, cómo se habla al revés?”
Le repliqué que en nuestra tierra, cuando preguntan “¿quién es ese señor?” le responden “¿De la Juana?” “Sí” “Su marido es”. Es decir que primero fijan un punto de apoyo y luego sueltan la respuesta. Resulta más fácil. Pero los fuerinos dicen a eso que hablamos al revés aunque, por lo general, no tienen ni la más mínima idea de lo que están diciendo.
Peor resulta cuando hablamos en loretano, a los limeños les decimos “shamecos”, sonríen porque no saben que les estamos diciendo: tontos.
No tienen ni idea cuando les decimos que en la selva comemos pandisho, churos, pijuayo, chambira, aguaje, guaba, shimbillo, juane, majaz, sajino, maquisapa, carachama, cunchi, doncella, etc. Lo único de que tienen noticia es el pan del árbol y piensan que hay un árbol que nos da el pan para nuestro desayuno. Shamecos.
En la Cervecería San Juan de Pucallpa estaba trabajando por temporada el biólogo Lucho Vizcarra y cuando en el comedor servían un plato loretano iba a la cocina a hacer líos al administrador. Pablo Ochavano no le hacía caso pero le tenía ojeriza. A mí, en cambio, enviaba a un mozo a llamarme a la cocina donde me invitaban una aguajina superespecial, que lo habían preparado solamente para ellos, el personal de la cocina, y yo era parte importante de esa cofradía loretana.
Cuando Pablito vio que devoraba los mangos de la mesa del comedor, cada día amanecía en mi habitación una fuente llena de mangos.
La clave es, entonces, querer y hacerse querer.
Pablito cuidó a “Johnny” el otorongo desde que era bebé y era el único que lo podía hacer regresar a su jaula. Se escapó un día de visita turística, causando revuelo y admiración cuando, mismo Tarzán, lo manejó y le hizo retornar a su jaula.