Cuando decimos militares nos referimos casi siempre a las personas que defienden la soberanía del país, llenos de energía y nobles sentimientos e ideales y son nuestro ejemplo, basado totalmente en nuestra historia patria.
Allí tenemos los ejemplos de Miguel Grau, Francisco Bolognesi, Alfonso Ugarte, Andrés Avelino Cáceres, Ramón Castilla, José Abelardo Quiñones, etc.
En nuestra familia tenemos ejemplos más cercanos, tales como mi padre, don Pedro Suárez Soto, Clase del Ejército Peruano, quien combatió en las guerras de 1933 contra Colombia y de 1941 contra Ecuador, y mi hermano Raúl Suárez Sandoval, Suboficial del Ejército Peruano, quien combatió contra las guerrillas en el Valle de La Convención.
Yo mismo, quien serví como Voluntario en el Ejército durante un año (por tener 5º Año de Secundaria), alcanzando el grado de Sargento Segundo, lo cual quiere decir que conozco desde el interior la vida militar.
Pero, algunas veces, los militares hacen cosas inapropiadas que nos hacen sentir vergüenza y nos afecta profundamente haciéndonos perder la fe.
Cuando estuve en el Centro de Reclutas (II CIR) en Chorrillos, mientras realizábamos ejercicios con el fusil para ponernos “cuerpo a tierra”, donde tenemos que asir el fusil Corto Original peruano modelo 1933 por el cañón con la mano izquierda y por el guardamano con la mano derecha, asentar la culata en el suelo y rodar hasta quedar el pecho en el suelo en la posición de tirador tendido. Al realizar este ejercicio cotidiano al recluta “Machazo” se le rompió la culata de madera del viejo fusil. El oficial de sección Teniente Luis Peyrano Figueroa dijo que era responsabilidad de Machazo y debía pagar setenta soles por una culata nueva y todos los reclutas de la Quinta Sección de la Compañía C debíamos colaborar con él.
Esto es a todas luces injusto toda vez que se trataba de un ejercicio cotidiano y es el Ejército quien se debe responsabilizar, no el recluta. Me di cuenta que los jefes tratan de evitar los papeleos para reportar el incidente y solicitar una culata nueva, es decir “salvar su responsabilidad”.
Cuando mi hermano Raúl estaba en la Escuela de Trasmisiones del Ejército, al terminar el primer año los ascienden a Cabo y al terminar los estudios los ascienden a Sargento Segundo. Ahora todos egresan como Suboficiales. Cuando era Cabo a Raúl le encargaron el Casino, una sala de estar con una radio y un televisor. Se quemó el televisor y los jefes le echaron la culpa a mi hermano (en cualquier parte del mundo se queman los televisores y no es por culpa de nadie). Tenía que pagar mil quinientos soles por la reparación, que lo tuve que pagar yo, que trataba de ahorrar de mi salario para postular a la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI). Le di la plata, compré mi pasaje en avión y me fui a Iquitos donde estudié en la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana (UNAP). La despiadada actitud de los oficiales de la Escuela de Trasmisiones del Ejército determinó que yo cambiara mi destino.
El guardia civil que a los 6 años de edad me hizo cargar un fusil desde la comisaría de la calle Morona hasta la comisaría de la Plaza Grau (10 cuadras) y regresar con otro fusil hasta Morona y como única explicación los sinvergüenzas dijeron a mi madre “Señora, no hay policía que cargue fusil” (Libro digital Cuentos de mi Blog, obra del autor).
El teniente Rivero de la Policía de Investigaciones del Perú en el Palacio de Justicia quien negaba que la Fuerza Aérea del Perú (FAP) había enviado el informe que decía que no era yo el requisitoriado sino un homónimo. Semana tras semana, mes tras mes iba mi pobre esposa a averiguar, y yo sin poder salir, no podía acercarme a ningún peaje, ni Conchán ni Ancón, y menos al Aeropuerto, hasta que un tramitador, sintiendo pena, le dijo a mi esposa “señora, dígale que le va a recompensar”. Al instante el miserable puso papel en la máquina de escribir y confeccionó el Certificado de Homonimia, por unos miserables cinco soles. (Cuentos de mi Blog, obra del autor).
Mi hija Luisa, Cirujano Dentista graduada en la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH), participó en el concurso para asimilarse a la FAP. No calificó en las pruebas físicas. Pero un colega y compañero de estudios le dijo que se retiró del programa porque los oficiales eran unos abusivos: dispusieron que el último en la carrera de 600 metros planos pagaba el almuerzo de los oficiales, y él era siempre el último. Se aburrió por esa execrable actitud de oficiales que deben ser siempre ejemplos de pundonor y no unos miserables abusadores y angurrientos. Qué indigno.
Los Generales que dan golpe de estado y se apoderan del poder por 12 años, destruyendo para siempre el sistema judicial, el sistema educativo, la propiedad privada y la moral del país.
Un General del Ejército que roba gasolina es el súmmum de toda esta recatafila de indignidades y deshonor. El honor que debe siempre caracterizar al militar está de duelo.