Mis hijas mellizas iban a cumplir 12 años y pensé llevarlas a ver un espectáculo en el Teatro Municipal, algo verdaderamente fascinante: PERUCROMÍA.
Era algo que nunca se había visto en nuestro país, la representación de nuestro folklore al más alto nivel, en cuanto a la música, vestimenta y bailes a todo lujo.
Pero mis hijas no son precisamente amantes del huayno, pese a que en todas las fiestas en nuestra casa lo hacía bailar a todo el mundo, como les decía a mis hijas, por lo menos un huayno. La mitad de mi raza es serrana y he compartido mucho tiempo con mis familiares de Apurímac y Arequipa y con mis amigos de Huancayo y Ancash y Cajamarca.
Cuando les expliqué el espectáculo que iríamos a ver el día de su cumpleaños, no desperté mucho entusiasmo, tal vez ni siquiera un poquito.
Yo estaba emocionado y Judith prefería no decir nada, pese a que su padre es de Cajamarca y su abuelo era lamisto, pero me secundaba en silencio. En Requena no se baila huaynos pero en las fiestas de mi familia serrana en Lima la hacían bailar huaynos que ella bailaba moviendo negativamente la cabeza como diciendo no sé bailar esto.
Un buen día, Luisa, la mayor, tal vez por designación, me preguntó:
- Papá ¿qué fecha es hoy?
- Lunes 26 de abril, ¿por qué?
- (Un profundo suspiro) Falta 5 días para ir a ver y oír lo que quejan (los serranos).
Era una protesta en toda la regla. No les atraía la idea de celebrar su cumpleaños viendo y escuchando huaynos, cuando podían estar viendo La más más del verano.
Es que no tenían idea de lo maravilloso del espectáculo que quería mostrarles y no encontraba palabras para describirlo mejor.
El día viernes 30, su cumpleaños, nos vestimos nuestras mejores galas, habida cuenta de que estábamos asistiendo al Teatro más importante y bello de nuestro país, después del Cine teatro Alhambra de Iquitos.
La platea con butacas acolchadas de terciopelo. Cuando comenzó el programa, no cesamos ninguno de admirarnos y maravillarnos de la hermosa presentación elegante de nuestro arte de todo el país: El vals y la marinera limeña con elegancia sin par, la marinera norteña y su escobilleo característico, la danza Los Caporales y los Arrieros, el Q’ara ch’unchu, el Huaylas, etc. Nadie quería que se terminara el programa, queríamos que continuara por siempre.
Nuestras hijas y mi amada esposa sonreían de alegría por haber visto, lo que habían creído un espectáculo vulgar, convertido en la más grandiosa sinfonía de arte que nos hizo vibrar al sentimiento nacional por nuestra tierra. Qué linda es nuestra tierra.
El organizador se esmeró en afinar cada detalle, el cielo serrano con las nubes que parecían flotar y desplazarse en la escenografía, la música en vivo, la elegancia del vestuario. Es decir, nada quedó al azar.
Mis hijas, de hecho cambiaron su modo de ver y sentir nuestro folklore y lo expresaban a viva voz.
Luego del teatro a su restaurante favorito, pollo a la brasa de El Super Gordo de la Plaza Manco Cápac, frente a nuestra casa. Una nota aparte, las mellizas comían medio pollo cada una y nosotros cada uno un cuarto.
En resumidas cuentas, una celebración inolvidable que nos dejó una extraordinaria sensación en nuestra vida, y qué hermosa es la vida, con la familia, más.


