Nadie quiere más a su padre que un hijo negado. Esta es una verdad tan grande como una catedral, y cómo se emocionan cuando ya son adultos y logrados como personas y aparece el padre que les negó su ayuda y hasta su apellido.
No se les ocurre pensar ni siquiera un ratito en el drama que le tocó vivir a su madre cuando no pudo contar con el causante de su terrible situación.
Mi primo Pepe se emocionaba cuando su padre venía a visitarlo en su casa y no cesaba de repetir: Mi papá, mi papá.
Nunca se puso a pensar que su padre embarazó a su madre y nunca se hizo cargo de él. Que el tal Matos faltó a mi casa y embarazó a mi tía Hilda y luego de casó con otra mujer. Esa fue la razón por la que la abuelita Luisa tomó a su hija Hilda con su pequeño Pepe y viajó a Lima, se afincó en el Callao donde se crio Pepe.
El viaje fue tremendo, partiendo desde Iquitos, en lancha, hacia el sur por el océano Atlántico, cruzando el estrecho de Magallanes y subiendo por fin por el océano Pacífico hasta el puerto del Callao.
Y el tal padre, haciéndose el superpapá le daba consejos a “su hijo” sobre cómo tratar a su mujer y cómo cuidar a sus hijos.
En mi tierra, Iquitos, dicen las chicas que padre no es el que engendra sino el que cría. Y éste no le crio a mi primo. A las hijas de su padre mi primo les dice “mis hermanas”. En fin.
A Raúl Vásquez lo crio su abuelita, pero cuando en 1969 ganó el Primer puesto en el Festival de la Canción de Trujillo y fue denominado el «Monstruo de la Canción», dicen que su padre el fotógrafo Vásquez puso en la entrada de su negocio en la calle Arica en Iquitos un retrato en tamaño natural. Hecho que fue muy criticado por los iquiteños: quién no le cría no tiene derechos.
Cuando doña Aurelia le dijo al sastre Cubas que estaba embarazada de él, el sastre la denunció y la apresaron los policías. Mis padres tuvieron que ir a la comisaría de la calle Morona en Iquitos para sacar a su amiga. Ella nunca más le vio al infeliz; y a su hijo le puso su apellido solamente. Pero cuando estudiábamos en la universidad también estaban los hijos de su padre y Leopoldo decía muy orondo “mis semiparientes”. ¿Orgulloso de tener un papá? ¿Un papá que nunca le “reconoció”? ¿Un tipo que metió presa a su madre por decirle que estaba embarazada de él?
Nunca lo voy a entender que los hijos negados amen tanto a ese individuo que no solamente no les ha criado sino que hasta hicieron daño a su mamá.
Es el sueño de todo sinvergüenza: engendrar hijos sin tener que ocuparse jamás de ellos. Por ello suelo repetir hasta el cansancio lo que dicen mis paisanas:
«PADRE NO ES EL QUE ENGENDRA SINO EL QUE CRÍA»