Es una historia que nos contaba mi suegra, doña Natividad Rivera Pérez, y la frase lo usaba siempre cuando alguien se creía demasiado: “Maestro sabe lo que hace”.
La historia es bastante simple:
“En un remoto poblado de la selva trabajaba un maestro y por sus conocimientos y profesión no aceptaba que nadie le corrija. Cuando alguien lo intentaba, el señor le decía, invariablemente: Maestro sabe lo que hace.
Y en todos los casos les respondía igual. Es decir, que nadie podía saber más que el maestro y, por lo tanto, nadie le podía corregir o llevarle la contra. Todo el tiempo, entonces, su respuesta era: Maestro sabe lo que hace.
Un buen día, el maestro se fue a bañar al río, pero el río estaba bastante crecido, perdió pie y se estaba ahogando. Había pobladores observando y cuando alguien preguntó ¿por qué no le salvamos?, el grupo contestó a una sola voz: Maestro sabe lo que hace”.
Es una lección, bastante dura, pero era una lección: Dura lex, sed lex es un principio general del derecho, proveniente del derecho romano, que puede traducirse como «la ley es dura, pero es ley».
Y es que en los poblados, en la costa, la sierra y la selva, el Maestro es un personaje preponderante y en toda reunión comunal está presente junto con el alcalde pedáneo, el Teniente Gobernador y el Juez de Paz. Su sola imagen le llena de un aura de autoridad y su opinión es la más respetada y decisiva en los acuerdos de la asamblea.
Pero en algunos casos, como el que nos ocupa, se sobrepasa y entonces recibe su merecido.
