Cuando mis mellizas eran pequeñas, pasaban en Canal 5 de televisión una serie fantástica que ellas la hicieron suyas: Los tres Espaciales.
Buscando en el internet encontré la siguiente información:
“Argumento
Tres agentes del espacio llegan a la Tierra para observar el comportamiento humano. Para ello, adquieren el aspecto de tres animales, liebre, caballo y pato, a fin de pasar desapercibidos, a pesar de lo cual son descubiertos por un adolescente terrícola, quien promete guardar el secreto. A cambio, ellos le ayudan contra los villanos terrestres. Se desplazaban sobre una llanta con una burbuja de plástico.
Personajes
- Bonnie: La líder del trío, adopta la forma de una liebre con un peculiar mechón de cabello humano. Es casi siempre la que propone las ideas.
- Ronnie: tiene forma de caballo, y es rápido y fuerte. No desea destruir el planeta.
- Zero: es el pato del equipo, un tanto altanero. Tiene un pelado estilo moptop (similar al de los integrantes de The Beatles). Es partidario de la destrucción humana y siempre anda deseando regresar a casa.
- Kenny Carter: es el chico humano que conoce tanto el secreto de los extraterrestres, así como su verdadero propósito.
- Randy Carter: es el hermano mayor de Kenny, trabaja como agente secreto.
Canción:
Tres seres del espacio,
vinieron a cumplir una misión,
tomaron la forma de un caballo,
de un patito y un conejito:
Ronny, Bonny y Zero; los tres espaciales,
los tres espaciales, los tres espaciales”.
Fuente: Arkiv Perú.
Es toda una historia de aventura, acción y mucho peligro, no me extraña, entonces, que haya entusiasmado a mis niñas Luisa Iliana y Claudia Inés.
Ellas reproducían la aventura, creaban sus propios argumentos y recreaban la acción. Pero para completar el equipo requerían de un tercer personaje. Una almohada lo suplía, “Papaniquito” en lenguaje de Luisa y “Papanico” en el de Claudia, quien jamás usa diminutivos. Montados sobre una almohada larga los “tres espaciales” cumplían su misión. Al terminar cantaban a voz en cuello: los tres espaciales, los tres espaciales, los tres espaciales, llenas de satisfacción.
En cierta oportunidad tomaron un casete profesional mío con música de Beethoven y grabaron su aventura espacial. Se podía evitar que pudieran grabar en el casete, pero para ello se tenía que romper dos filamentos de plástico y jamás quise hacerlo, porque, al igual que jamás marco o escribo en los libros, es un delito de lesa cultura. Grabaron entonces su aventura en mi casete.
Ellas “vivían” su aventura y se podía sentir su emoción en el casete. Tuve el placer de escucharlo, pero cometí el error de no guardarlo o esconderlo. Cuando lo pensé, la dichosa aventura había sido borrada y reemplazada por la grabación de una canción que les gustaba. Lo perdí para siempre, hubiera sido un testimonio de la infancia de quienes hoy son madres felices con sus hijas.
La radio grabadora lo compré para ellas, toda vez que es portátil y podían llevarlo al colegio o al paseo. También les compré casetes en blanco para su uso, pero los tenían llenos de sus canciones favoritas. Por eso tomaron mi casete. Teníamos en nuestra casa un equipo cuadrafónico de alta potencia con 5 presintonías. Yo tomaba uno y el resto para ellas, pero mi canal estaba siempre tomado por ellas. Para llevar el portátil a Iquitos tenía siempre a la mano la factura (antes todo comprobante de pago era factura, no existía comprobante de pago). Al volver a Lima el primer resguardo de aduana que nos veía gritaba «esa radio no pasa». Tenía que mostrar la factura de “comprado en Lima” para que nos dejen pasar.
En ese tiempo, la Amazonía era zona libre es decir, que podías comprar barato, sin impuestos, pero no traerlos a Lima. Pero lo comprado en Lima podía reingresar.
Cuando nuestras hijas se divierten, nosotros los padres nos sentimos satisfechos.