Mi primo Carlos Castillo me dijo para ir al matrimonio de su hermano. Acepté de inmediato.
El sábado estuve puntual y no dejó de extrañarme que nadie más de la familia del Callao fuera con nosotros.
La fiesta era en el salón El Grumete Medina, el salón más conocido del Callao. En el interior nos mezclamos con los invitados y de repente “encontramos” al novio, el hermano de mi primo Carlos, quien al verlo le increpó:
- Tú ¿Qué haces aquí?
- Hermano ¿No te alegras de verme?
- No.
- Hermano él es mi primo Jorge.
- No me importa ¿Por qué has venido?
- Hermano, no te pongas así.
- Me pongo como quiero.
- Hermano ¿Quieres que me vaya?
- Sí. Quiero que te vayas.
Salimos y nos fuimos al barrio a tomar cerveza y allí si aparecieron los familiares chalacos. Pero nadie comentó lo ocurrido, ni tenían por qué saberlo.
Pero fue una lección, para no ir nunca a ningún lugar sin ser invitado expresamente por el dueño de la reunión.
Pancho Rivera Rengifo, primo hermano de mi esposa, había sido Suboficial de la FAP (Fuerza Aérea del Perú), pero al jubilarse formó una empresa de calibración de balanzas electrónicas junto con su futuro yerno, Ingeniero Electrónico. Nos encontrábamos siempre en las Tiendas Monterrey y Todos de Pueblo Libre, empresas a las que prestaban servicio.
Un día el “Gringo” me dijo en Monterrey:
- Nos vamos a casar. Le vamos a traer el Parte Matrimonial.
- Muy bien – le dije – Felicitaciones. ¿Y dónde va a ser la fiesta?
- No vamos a hacer fiesta.
La boda era en Barranco, en la tradicional Iglesia de la Santísima Cruz, en el Parque Municipal, fuimos toda la familia y fue una linda boda. Al salir el primo Pancho vino a decirnos:
- Primo, la fiesta va a ser en casa de los suegros. Los esperamos allí.
Lo pensé un poco y recordé la lección aprendida en El Callao, de manera que dije a mi familia:
- El gringo me dijo personalmente que no harían fiesta; y ustedes saben de la experiencia mala que tuve en el Callao y que por lo tanto me prometí no ir jamás a ningún sitio que no me haya invitado el dueño. La verdad es que no conocemos a los suegros ni sabemos dónde viven, así que mejor nos regresamos a la casa.
Todos estuvieron de acuerdo y volvimos a nuestra casa, donde nunca ha faltado una buena cerveza y algunos complementos.
¡Salud!