Las mellizas siempre se complementan aunque tengan distinto carácter y distinta concepción de la vida.
Luisa desde muy pequeña hizo gala de fuerza física y habilidades de fuerza, de lo cual se sentía muy orgullosa. Era aventada y en casa le llamábamos “hígado frito” por su carácter, también Sargento Pepper, la mujer policía de una serie que pasaban en esa época, además como era la mayor era la persona al mando de la casa en nuestra ausencia.
Cuando nació Charito, yo estaba con su mamá en la Clínica San Felipe, parto por cesárea, cuando se produjo un temblor a las 9 de la noche. Corrimos a la estación de enfermeras para llamar a la casa por teléfono y ver como estaban. Contestó Luisa quien nos dijo que todo estaba bien, que la empleada les quiso poner un abrigo para salir a la calle pero que ella le dijo:
- Nosotras no salimos a la calle cuando hay temblores. Nos paramos bajo estos arcos de concreto y estamos protegidos. Son órdenes de mi papá.
Huelga decirlo pero la empleada no insistió y se adaptó a las indicaciones de Luisa, quien estaba a cargo de la casa, tenía 9 años de edad.
Claudia nació segunda, ella insiste que fueron solamente 20 minutos de diferencia, pero es sumamente nerviosa: nunca pudo subir a un tobogán ni a un ascensor, y menos hacer las demostraciones de habilidades físicas de Luisa, como pararse de cabeza.
Pero en cambio tiene una manera sutil de hacer que su hermana haga cosas arriesgadas por ella.
Siempre teníamos en la casa una lata de galletas importadas de Suiza o de Dinamarca, eran galletas de mantequilla muy finas y muy deliciosas. Acostumbrábamos reunirnos toda la familia y degustábamos las cookies. Luego de lo cual guardábamos la lata en lo alto del closet para una próxima reunión.
Jamás lo hubiéramos guardado en lo alto.
Una oportunidad que habíamos salido a ver unos asuntos con mi esposa, al llegar a la casa escuchamos expresiones de arenga que Claudia le decía a Luisa:
- Tú puedes hermanita. Tú puedes. Ya te falta poco para alcanzarlo.
Entramos y lo que vimos nos asustó tremendamente: Habían jalado los cajones de la cómoda formando escalones y Luisa estaba trepando a lo alto del closet para alcanzar a la dichosa lata de galletas. ¡Mamacita! – pensamos – mi hija se puede matar por nuestra estupidez de guardar las galletas en un lugar tan alto.
Rescatamos a Luisa y les entregamos la lata para que se sirvan a voluntad y nunca más guardamos nada en lugares que puedan significar peligro para nuestras hijas.
Comprendimos que es mejor que ellas aprendan a medirse lo que pueden servirse dejando algo para los demás. Pero cuando compramos los chocolates Privilegio, la bolsa contiene 50 bombones, lo cual es fácil repartir entre cinco: Luisa, Claudia, Rocío, mamá y papá. Tocaba a 10 por cabeza. Abría la bolsa los separaba por clases y luego formaba 5 montones. Cada uno cogía su parte y lo consumía ad líbitum y se evitaba tener que esconder la bolsa. Cada quien lo guardaba o se lo comía. Fueron momentos muy felices en familia.