Fuente: Wikipedia La enciclopedia libre
Tenía 7 años de edad cuando al despertarme en la mañana radiante de Iquitos, la empleada no me dejaba salir de mi cama, sosteniendo firmemente la juntura del mosquitero. Tampoco me decía lo que estaba pasando y yo escuchaba voces en la habitación que me hacían pensar que algo estaba sucediendo.
Cuando al fin me dejaron salir pude ver que mi mamá tenía en sus brazos a mi hermano Enrique que acababa de nacer. Junto a ellos estaba la Partera, dama profesional que se diferencia de las comadronas en que vestía blusa blanca y falda negra, usaba lentes y tenía un maletín de cuero negro igual al que utilizaban todos los médicos en ese entonces.
Estaba también una vecina llamada Elsa, muy apreciada por mis padres y a quien empezaron a llamar “comadre”.
Alguna vez pregunté a mi mamá por qué era comadre la señora Elsa, me dijo: “Es madrina de pupo”. Es decir, era la persona invitada por mis padres para cortar el cordón umbilical de mi hermano Enrique. Pupo, palabra loretana derivada del quechua pupu que significa ombligo.
Pedro, César y Mónica nacieron en el Hospital Iquitos.
En una oportunidad me tocó observar cómo la gente ayudaba a una joven parturienta que llegaba de la chacra por el río Amazonas. Gritaba a más no poder. Una señora ya adulta, seguramente con varios hijos a cuestas, torció los labios en señal de desaprobación y restando total importancia a los gritos de la joven dijo con tono de sabelotodo “Primeriza es”.
Debe ser cierto que una mujer primeriza grita pero más que todo de miedo, pues la señora Natividad Flores me dijo que dio a luz a su tercer hijo en la huerta cuando estaba cultivando. Cuando llegó su esposo con los trabajadores ya había nacido el niño. Llamaron a la comadrona solamente para cortar el ombligo y lavar al bebé. No hacía falta más.
Cuando nacieron mis hijas mellizas, Luisa y Claudia, el trabajo de parto comenzó a las 6 de la mañana. El doctor Ángel Achával Silva estaba preocupado porque la dilatación no pasaba de 4 cm y para un alumbramiento se requiere 10 cm. Finalmente a la media noche el doctor me dijo:
- “Jorge, vamos a llevar a Judith a la sala de Operaciones para hacerle una Cesárea porque no dilata más y ya ha pasado muchas horas en trabajo de parto”.
Mi amada esposa me tenía firmemente cogido de la mano, apretándome con fuerza como echándome la culpa de lo que le estaba pasando. Pregunté:
- “¿Doctor, puedo entrar?”.
- “Mira, Jorge, una cesárea es una operación muy aparatosa y no sería bueno que entres”
Y nacieron las mellizas poco después de la media noche, un 30 de abril, en la Clínica Marín de Iquitos.
Cuando debía nacer nuestro hijo varón, falleció 15 días antes de nacer, en el vientre materno. Tuvieron que hacerle cesárea, porque tampoco dilató, para extraerle el óbito fetal en la Clínica Marín de Iquitos. La atendió el Dr. Alba.
Cuando le tocó el turno a Charito ya sabíamos que tenía que nacer por cesárea. Tampoco me dejaron entrar al quirófano en la Clínica San Felipe de Jesús María en Lima.
En resumen, jamás vi un parto, ni de mi mamá ni los de mi esposa. En el de mi mamá porque era muy niño y en los de mi esposa porque no se permitía a los esposos estar en la sala de parto.
Hoy en día se considera muy importante la presencia durante el parto, natural o cesárea, del esposo, un familiar o una amiga para alivio y control del dolor durante el trabajo de parto y el parto mismo porque se considera beneficioso para la dama que va a dar a luz. Finalmente cambiaron los conceptos de los médicos pues ahora somos una ayuda y nos necesitan.
Mi amada esposa embarazada de las mellizas