Hace mucho, los domingos lo dedicábamos a la familia: mi esposa y mis tres hijas, Luisa, Claudia y Charito. Salíamos a almorzar a algún lugar interesante. Si queríamos almorzar cebiche nos dirigíamos a La Punta. Luego de admirar las formidables olas que rompían en las rocas de la orilla y ver a los pescadores de pulpos, escogíamos un restaurante que nos pareciera bueno y nos dábamos gusto.
Luego de lo cual emprendíamos el regreso, satisfechos, hacia nuestra casa. Un domingo, volviendo del almuerzo por la avenida La Colonial, inusualmente desierta, paramos en un semáforo en rojo: No había ningún carro, ni adelante ni atrás ni al costado.
De pronto vi a un delincuente drogado que venía por el parque a toda carrera hacia nosotros. Cuando estuvo a 1 metro de distancia y con las manos extendidas hacia adelante, arranqué en “rojo”. Apenas a unos pasos estaba el cruce de una avenida amplia y torcí por allí. Era nuestra ruta de siempre. Cuando alcanzamos a escuchar el silbato del policía de la esquina. Detuve el carro y me bajé de prisa porque el tal Policía de Tránsito me estaba poniendo “papeleta”. Yo le increpé fastidiado:
- ¿No has visto a ese delincuente drogadicto que venía a asaltarnos? ¿En vez de apresarlo solamente se te ocurre ponerme una papeleta?¿No lo vas a detener?
- Está bien. Váyase, nomás.
La respuesta de un incapaz. Incapaz de actuar como policía quien tiene el deber y la obligación de proteger a las personas. Incapaz de enfrentar a un delincuente. “”Eso cansa”, “mejor estoy parado aquí nomás hasta que venga mi relevo”. Incapaz, en fin, de entender que su trabajo de policía va más allá de cuidar el semáforo. Incapaz de entender, tal vez, que el semáforo se cuida solo y no necesita que lo “vigilen”.
Cuántas veces hemos sido asaltados a pocos pasos del policía sin que nunca atinen a hacer nada. ¿Para eso tenemos policías? Ahora, además, la municipalidad nos esquilma con un carísimo serenazgo, y nosotros debemos pagar los caprichos del alcalde.
No hay derecho.
El policía de tránsito