Durante muchos años mi esposa, Maria Judith Alva Rivera, estuvo dedicada a la venta de calzado femenino en la Galería La Quinta, en la tienda de su amiga Glelly Ruiz Cometivos, en Jesús María.
Los comerciantes de calzado compran al por mayor a los fabricantes. Los fabricantes, las más de las veces, entregan sus productos en la misma tienda de los comerciantes.
Pero comenzaron a llegar a Lima los “trujillanos”, fabricantes de zapatos femeninos residentes en el Campo Ferial de Trujillo, cuyos sobrantes los traen a Lima y lo venden más barato. Se ubicaban en un antiguo hotel del Centro de Lima, cercano al Mercado Central. La venta se realizaba los viernes de cada semana bien temprano.
También los comerciantes de Jesús María acudían a comprar la mercadería. Esto quiere decir que los viernes eran días de mucha actividad en mi casa. Muy temprano en la mañana salía Judith con sus socias y amigas para comprar las novedades traídas de Trujillo y regresaban a mi casa donde las esperaba con un buen desayuno.
La señora “Cucha” era una de esas buenas amigas. Una vez trajo a su mamá que residió toda su vida en Pucallpa pero venía a pasear a Lima. Las dos señoras veían muy sorprendidas cómo el esposo las atendía en su sentado a las damas.
Siempre he dicho que nuestra madre nos crio de manera diferente porque para nosotros es normal para el hombre realizar las cosas de la casa sin menoscabo de ningún tipo. Pero muchas mujeres se sorprenden. Por eso el actor mexicano Andrés García les dijo a las señoras “Ustedes nos hacen machistas, porque nos crían así”.
Les serví para el desayuno café con leche, pan tierno y arroz con huevo. Sobre todo este plato era una novedad para ellas. Quedaron satisfechas.
Cuando mi esposa enfermó del mal del que nunca se recuperan, el Mal de Alzheimer, la señora Cucha viene siempre a visitarla. Sabe que Judith no recuerda nada ni a nadie, pero viene siempre a verla y conversamos.
Nos contó que una vez mi esposa le había dicho
“En mi casa yo soy la demonia. Cosas le hago al Jorge… para que me conteste pues, para pelear. Pero el condenado nunca me contesta. Ay, qué cólera”.
Me hizo sonreír. Era su carácter. Pero yo también tengo el mío: nunca le contesto ni le digo nada. Jamás he peleado con mi esposa, sea lo que sea lo que ella haga o diga. Nuestras hijas jamás nos vieron pelear.
Pero ¿saben una cosa? A veces echo de menos su carácter. Cuánto daría por verla así otra vez. Y esta historia que me contó la señora Cucha me hizo rememorarla.
Amar a mi esposa es el gran legado que les doy a mis hijas y a las hijas de mis hijas. Dios nos ha llenado de bendiciones con ella.
Mi amada esposa Lo que ella buscaba