Cuando era niño había en Iquitos solamente tres motocicletas enormes, ruidosas y mala suspensión. Sus dueños eran el pianista Arrarte, un italiano Ventolini y Beny Soto, profesor de música, músico, Director de la Banda de Músicos del Colegio y Director de su propia orquesta. Una vez el maestro Beny me dijo que llevara unos instrumentos musicales sentado en la parrilla de su moto, desde el colegio a su casa (4 kilómetros). Fue un viaje desastroso que nunca más quise repetir. Me sacudió todo el viaje y me molió las nalgas. De terror. En verdad fue un viaje terrible que quien maneja no se da cuenta porque va cómodamente sentado en el asiento especial con resortes que tiene la moto para el piloto.
Luego se produjo en 1964 una invasión de motocicletas japonesas Honda y Suzuki. Todo el mundo quería tener uno. También yo. A pesar de que el modelo era de 50 cc, con mandil, más apropiado para damas con falda, pero era fácil de adquirir. La Moto Honda CUB (Cheap Urban Bike) revolucionó completamente la movilización de personas. Se pasó de depender únicamente de los ómnibus a la total independencia y liberación personal. Ibas a donde querías y cuando querías con tu moto, además de la elegancia de tu desplazamiento, centro de atención de la mirada de las chicas.
Luego tuve la moto que yo quería: Una Honda 125 cc, modelo CKD, con dos pistones y encendido automático, color rojo metálico. Era una moto de paseo. Una maravilla. Fue nuestra compañera de aventuras cuando año a año viajábamos a Iquitos a tomar vacaciones.
Nuestro buen amigo Jorge Barreyro, mecánico de motos, se encargaba de revisarlo todo, una semana antes de nuestro viaje anual. Él le adaptó una parrilla acolchada y nos íbamos a los balnearios, principalmente Pampachica, a orillas del río Nanay, para refrescarnos y practicar natación en nuestro ambiente natural. Manejaba yo, detrás mi esposa abrazada a mí, detrás de ella las mellizas abrazadas a la mamá y en la parrilla mi sobrino Pepo. Delante de mí, casi sentada sobre el tanque estaba Charito, bebita, con un arnés especial que yo diseñé y lo confeccionó mi cuñada Lolita, que para eso estudió “Corte y confección” como un hobby.
Era una moto potente, silenciosa y enorme. Cuando estaba en la universidad mi tema favorito en Composition de la cátedra de Inglés, era, por supuesto “My Motorbike”. La gringa nunca se cansaba de leer mis composiciones.
Un hito que sacudió a los motociclistas fue la película de 1969 “Easy Rider” con Peter Fonda y Dennis Hopper, quienes hacen un largo viaje para llegar al Carnaval Mardi Gras en motocicletas únicas Harley-Davidson Capitán América. Su estilo extravagante con el largo eje delantero tirado hacia adelante causó sensación.
Pero no menos impactante fue la película “La Chica de la Motocicleta” de 1968 con Alain Delon y Marianne Faithfull. La película y el tema son intrascendentes pero lo que nos sacudió a los amantes de las “máquinas” fue la moto Harley-Davidson Electra Glide de 1,000 cc. Tenía estribos para posar el pie al igual que los autos antiguos de las películas donde el “joven” nunca manejaba ni entraba al carro sino que iba parado en el estribo y se bajaba a la volada para entrar a la carrera a salvar a la muchacha o para atrapar a los maleantes.
Ver a la chica devorar kilómetros de autopista era en verdad apasionante, al igual que la maravilla de motocicleta.
En Italia se puso de moda las motonetas, motocicletas de ruedas chicas, de marca Lambretta y Vespa, como una respuesta a las motos japonesas. En el Perú muy pocas personas las tuvieron; eran más apropiadas para personas de baja estatura y que no amaban la velocidad.
Para todos los efectos, ser motociclista es una pasión que ni siquiera los años alcanzan a atenuar. Cuánto diera por subir a mi moto y salir a pasear por las calles de Iquitos.
Mi moto es una pieza de colección, las motos de 125 cc que salieron después tienen un solo pistón y carecen de encendido automático. Y no tiene ni la estampa ni la potencia de mi máquina. Qué tiempos aquellos.